Milan Kundera, La Insoportable Levedad del Ser

Milan Kundera
En su libro póstumo de ensayos, Seis Propuestas para el Próximo Milenio (1989), el novelista y ensayista italiano Italo Calvino dedicó el primer ensayo a la Levedad. En el comienzo de ese ensayo, el autor hace una defensa de la levedad, argumentando que ésta es preferible al peso y su metáfora, la gravedad. Calvino dice: “[M]i labor ha consistido las más de las veces en sustraer peso; he tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a las ciudades; he tratado, sobre todo, de quitar peso a la estructura del relato y al lenguaje. En esta conferencia trataré de explicar -a mí mismo y a ustedes- por qué he llegado a considerar la levedad más como un valor que como un defecto”. En suma, para Calvino la levedad es un valor positivo y deseable.
El escritor checo Milan Kundera, en su novela más conocida, La Insoportable Levedad del Ser, publicada por primera vez en 1985, realiza, entre otras cosas, una exploración del modo como cambian nuestras percepciones y nuestros juicios sobre la oposición peso-levedad. Kundera, a diferencia de Calvino, trata de mantener una posición imparcial respecto a si prefiere el peso o la insoportable levedad del ser. Lo que disfruta Kundera en la novela es mirar desde muy cerca los constantes procesos, dirigidos o ejecutados pos seres humanos, que lograr metamorfosear el peso en levedad y viceversa. Un punto de partida de la exploración de esa oposición es la tesis del eterno retorno según la planteó Nietzsche. Este filósofo sostenía que toda vida se repite de un modo exacto un infinito número de veces. Eso significaría que, en el instante de morir, la persona regresaría al lugar y momento exactos en que nació y repetirá todos y cada uno de los actos de su vida con exactitud milimétrica. Kundera nos quiere convencer de que, “una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan” (p. 11). Esa nula significancia de la vida (esa insignificancia), quien la considerara en toda su profundidad y consecuencias, se daría cuenta de que ésta le confiere a la vida una levedad tal que ningún argumento podría persuadirlo para que luche o muera por ella. Muy diferente sería el caso, en cambio, de una guerra entre dos estados africanos en el siglo catorce en la que mueren miles de negros (ejemplo que usa Kundera). Si se repite eternamente, se convierte en un muro sólido. La repetición eterna le confiere profundidad y solidez a la irremediable estupidez de ese hecho. Ése sería el significado de esa guerra: una sólida estupidez cuyos contrincantes estarían condenados (predestinados) a repetirla por toda la eternidad. ¿Es importante entonces el significado de algo? ¿En qué ocasiones se puede morir por defenderlo? Kundera nos recuerda que el filósofo presocrático Parménides en el siglo VI antes de Cristo fue uno de los primeros en plantearse sobre si sería preferible el peso o la levedad. Para Parménides, para quien el Universo estaba constituido sobre pares de principios contradictorios, la levedad era positiva y el peso negativo. A Kundera esta afirmación no lo convence y escribe en las primeras páginas de la novela: “La contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones” (p. 13). Lo es porque muta según la ocasión o la circunstancia.
La novela, que se desarrolla a lo largo de este problema metafísico sobre la oposición peso/levedad, parece haber sido concebida (instrumentalmente) como un espacio en el que el autor narra situaciones, en las que sus personajes deciden y actúan. Esas reflexiones y actos de sus personajes le permiten al autor especular acerca de diversos problemas inherentes a la condición humana como: el amor, el sexo, la fidelidad, la muerte, la traición, la violencia, la belleza, el kitsch, la culpa y la inocencia, y el sentido de la vida. Y casi siempre, son éstas especulaciones que tocan tangencial o profundamente la oposición peso/levedad. Kundera actúa como un novelista pragmático, que muestra poco interés en los detalles que construyen la verosimilitud y la ilusión en la literatura. Crea a sus personajes ex nihilo. Tomás, quien es un prominente cirujano de un hospital de Praga, nació de una posición: Está de pie junto a la ventana y mira, a través del patio, la pared del edificio de enfrente. Esta es la imagen de la que nació. Como dije, los personajes no nacen como los seres humanos del cuerpo de su madre, sino de una situación, una frase, una metáfora (…) Los personajes de mi novela son mis propias posibilidades que no se realizaron. (pp 226-227). Estos personajes mantienen una prudente distancia del lector y es ésta la que previene que se identifique con cualquiera de ellos sentimentalmente, que sufra o estremezca con ellos como lo haría, no en una novela sino en una película, un espectador de Gone with the wind al ver a Scarlett O´Hara jurando a Dios que va a hacer lo que sea necesario para no tener hambre nunca más. Las novelas de Kundera, que estimulan las ideas, evitan deliberadamente incitar o invitar al lector a que exprese sus sentimientos. Y sin embargo, aun estos personajes instrumentales con los que el autor dialoga, y a los que utiliza para exponer o defender una idea, tienen la capacidad de despertar nuestra empatía. Nos conectamos con ellos, no solamente cuando nos damos cuenta de las consecuencias que resultan de sus decisiones, sino también a causa de lo agobiantes que nos parecen las circunstancias históricas dentro de las que actúan. Una de estas circunstancias, la que opera como marco referencial de primer orden, es el drama de vivir bajo el régimen comunista que se instauró en Checoslovaquia a partir de 1948, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial y esa nación fue incorporada al Pacto de Varsovia. Aun cuando en 1968, durante el gobierno del reformista Alexander Dubček, el país se dirigía a un proceso de liberalización económica y ampliación de libertades civiles conocido como la Primavera de Praga, a los soviéticos y otras naciones del Pacto de Varsovia, este proceso les produjo una pesada molestia y enviaron tropas y tanques para ocupar el país, poner orden y recuperar el control. La ocupación por los soviéticos, tuvo una amplia variedad de consecuencias, desde el exilio masivo, hasta los despidos a los disidentes (sumados a la prohibición de ejercer la profesión), la prisión, las torturas y algunas muertes. Esto explica que Tomás, quien era uno de los mejores cirujanos de Praga, terminara como limpiador de vidrios de casas (mientras vivía en Praga) y, luego como conductor de un camión que transportaba cerdos, cuando se mudó al campo.
Pero como dije antes, la novela no es una crítica a la vida en un régimen comunista. De hecho, lo histórico no compite con el drama de los personajes. Busca quizás, en su novela, lo que, en Un Encuentro, el autor sostiene que logra magistralmente Anatole France en su novela Los Dioses Tienen Sed. “Que cohabiten la historia, insoportablemente dramática, y lo cotidiano, insoportablemente trivial, cohabitación llena de ironía, ya que estos dos aspectos opuestos de la vida chocan constantemente, se contradicen, se ridiculizan el uno al otro” . De modo que lo que hay de crítica al comunismo es colateral. Lo central es la exploración de la oposición peso / levedad en diversas situaciones de la vida de un grupo de personajes. El narrador piensa que si en efecto el eterno retorno es una teoría sin fundamento, si no hay repetición ni siquiera de episodios seleccionados de nuestra vida, no hay manera de ensayar primero cómo vivir algo que nunca hemos vivido (casarnos, tener un hijo, trabajar). Esto lleva al narrador a concluir que “la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre la preparación de algo,…mientras que boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro” (p. 16). Lo que fuerza al narrador a afirmar: Einmal ist keinmal (Una vez es nunca). Una vida que no se puede vivir antes, ni siquiera como boceto, es como si no se la viviera del todo. Esa vida que no repite, que es tan ligera que solo se vive una vez y no puede ser ensayada, poseería una levedad insoportable. Quizás no deseable. Precisamente esta irrepetibilidad (que en este contexto es metáfora de la levedad), es lo que persigue Tomás en su vida. Piensa que este principio es consistente con su intención de nunca hacer más de tres veces el amor con la misma mujer o, alternativamente, nunca verlas con una frecuencia mayor a una vez cada tres semanas. Y nunca, bajo ningún respecto, dormir con ninguna de ellas toda la noche. La única excepción a esta regla de vida de Tomás habrá sido Teresa. Cuando Tomás lo piensa mejor, se da cuenta de que la primera vez que le permitió a Teresa dormir con él fue por culpa de la compasión, sentimiento que entiende como: Saber vivir con otro su desgracia, pero también sentir con él cualquier otro sentimiento: alegría, angustia, felicidad, dolor (…), significa también la máxima capacidad de imaginación sensible, el arte de la telepatía sensible; es en la jerarquía de los sentimientos el sentimiento más elevado (p. 28). Ese acto compasivo de Tomás lo condujo, primero a comprar un perro al que llamó Karenin, y luego a enamorarse de Teresa. Como una pareja de enamorados, ambos emigraron juntos a Ginebra. Pero como Tomás, que era un mujeriego incorregible, aun cuando estuviera enamorado no iba a renunciar a sus relaciones eróticas con otras mujeres, un día Teresa lo abandonó y regresó a Praga. Durante algunos días en Ginebra, Tomás disfruto de una dulce levedad; aquella que provenía de su recuperada libertad. Pero súbitamente, ese componente del amor al que Tomas llamaba compasión lo atacó con fuerza. Y se dio cuenta de inmediato de que la compasión era pesada. “Las toneladas de hierro de los tanques rusos no eran nada en comparación con aquel peso. No hay nada más pesado que la compasión. (p. 39). Fue su espíritu secuestrado por la compasión lo que lo llevó a recordar la última frase del último cuarteto de Beethoven, escrita sobre estos dos motivos: ¿Muss es sein? Es muss sein (¿Tiene que ser? Tiene que ser). Esa frase, su denotación de una total inexorabilidad, era un reflejo de la gravedad de la decisión que había tomado Tomás de regresar a Praga, junto a Teresa, eligiendo la gravedad, contradiciendo a Parménides, quien opinaba que era la levedad lo positivo. Esta elección lleva a Tomás a preguntarse si, aun cuando a menudo el amor nace de circunstancias azarosas (en el caso de Teresa, había nacido se seis casualidades), lo que podría hacerlo parecer leve, y fresco, no era éste un espacio eminentemente grave. Pero a Teresa, quien trabajaba como mesera del restaurant del hotel en que Tomás se alojaba la noche que lo conoció, solo le bastó una casualidad para llamar su atención: que Tomás era el único cliente que esa noche leía un libro. Y otras tres para confirmar su intuición: que sonaba un cuarteto de Beethoven en la radio, que se alojaba en la habitación número seis (y a las seis salía ella del trabajo), y que la esperaba en el mismo banco amarillo en el que ella había estado sentada leyendo el día antes. Teresa construyó de su serie de casualidades una historia de predestinación (de la clase de historia que Ionesco se burla en La Cantante Calva). No sabemos qué leía Tomás en el restaurant cuando conoció a Teresa, pero sí sabemos que Teresa leía Ana Karenina en el banco amarillo. A propósito de la observación de que al comienzo y final de Ana Karenina aparece un mismo tema, compuesto por la tríada: Estación de tren, andén y el acto de arrojarse bajo las ruedas del tren, Kundera comenta que el ser humano tiene una propensión a componer “su vida de acuerdo con las leyes de la belleza aun en los momentos de más profunda desesperación” (p. 60). Esta simetría, que es una forma de belleza, crea una forma, que puede a la vez ser concebida como una estructura, que incluso si es intangible, constriñe la absoluta libertad de movimiento que caracteriza la levedad del ser. Así, la belleza simétrica, y el deseo de ordenar la propia vida de acuerdo con ella, conferiría gravedad y actuaría como un balance de la levedad del ser.
Es distinta la belleza asociada a la simetría de esa otra belleza, aquélla que encuentra la amante de Tomás, Sabina—que es también amante de Franz, quien está casado con Marie-Claude, que es una artista —, el día que visita la iglesia de un pueblecito perdido en medio de los montes. Sabina piensa que la misa que tenía lugar en esa iglesia era bella porque evocaba un mundo traicionado. Y concluye que la belleza es un mundo traicionado. Solo podemos encontrarla cuando sus perseguidores la han dejado abandonada por error en algún sitio (p. 117). Solo esa belleza oculta detrás del decorado, es leve porque es transgresora, sorprendente e inesperada. La traición en sí misma, en la mayoría de sus formas, es un acto que metamorfosea gravedad en levedad, por la capacidad que tiene de romper cadenas. Por esta razón, Franz se siente leve cuando despega en el avión con Sabina, su amante, luego de confesarle a su mujer que la traiciona con Sabina. Franz cree que ha sido decir la verdad lo que lo ha hecho sentirse leve. Pero Sabina, que no es solamente una maestra de la traición (por la frecuencia con la que la practica) sino una perseguidora incansable de la levedad del ser, en el preciso momento en que se entera de que Franz le ha confesado a su mujer sobre la relación que ambos tenían decide abandonarlo. El amor, cuando se hace público, aumenta de peso, se convierte en una carga. Sabina ya se encorvaba por anticipado al imaginar ese peso (p. 122). La sola imaginación de ese peso la había decidido a dejarlo, a marcharse de Zurich e irse a Paris. Pero una vez en París, esa decisión le producirá una profunda melancolía que proviene de que: Su drama no era el drama del peso, sino el de la levedad. Lo que había caído sobre Sabina no era una carga, sino la insoportable levedad del ser (p. 129). No era el peso lo que la asfixiaba sino la insoportable levedad del ser. Que es una total falta de cuerdas, riendas, cadenas y amarras. Sabina, con su adicción a la traición, que siempre rompe una cadena, no puede evitar caer una y otra vez en el abismo de la levedad. Hasta que se haga tan leve que no caiga. Simplemente flote.
Teresa, trabajando detrás de la barra, mientras sirve las bebidas que le piden los clientes, siente en el cuerpo las cosquillas que produce la coquetería, concepto que el narrador define como una promesa de coito sin garantía (p. 148). Teresa, experimenta con temor la aproximación a esa frontera que delimita el peso de la levedad. Sus celos por las mujeres que Tomás no puede evitar seducir, la hacen grave y si fuese capaz de otorgarse a sí misma la licencia de caer en el juego de la coquetería podría hacerse leve. [N]o es capaz de comprender la levedad y la divertida intrascendencia del amor físico. Quisiera aprender a ser leve!(…)su coquetería carece de levedad, es forzada, voluntaria, exagerada. (p. 148). Esta gravedad nace del hecho de que Teresa se toma demasiado en serio la coquetería. La coquetería en Teresa deja de ser un juego grácil y ágil para convertirse en una vía para conocerse a sí misma. Es que Teresa, que entiende las relaciones sexuales como una herramienta exclusiva del amor, no puede actuar como Tomás. Por eso, le resulta intolerable darse cuenta, cuando Tomás se acuesta a su lado cada noche, que el pelo de él huele al sexo de alguna mujer. Hasta que un día le confesará a Tomás el sufrimiento que le producen sus celos, y Tomás le indicará que vaya a lo más alto de la colina de Petrin. Le sugiere que al llegar allí sabrá qué hacer. Mientras subía por la ladera de Petrin, Teresa contempla la ciudad y se confirma a sí misma que Praga es la ciudad más hermosa del mundo. En la cima se da cuenta de que Tomás la ha enviado a encontrarse con sus verdugos. Tendrá la opción de decidir si para ella vivir es intolerable y acabar en el acto con su vida. Por unos segundos eligió ser fusilada por esos hombres que aliviaban las penas de los que no toleraban los padecimientos de la vida. Pero la contemplación de la belleza, la del verde iluminado por el sol del castaño en flor contra cuyo tronco se había apoyado, seguido de la escucha del sonido de la ciudad, la hizo cambiar de opinión. Ese día, Teresa eligió vivir (p. 153-156). Esa belleza que condujo a Teresa a la epifanía, la que la hizo darse cuenta de que quería seguir viviendo, no era una belleza simétrica y grave (como la de la ciudad de Praga que contempló desde lejos cuando subía) sino más bien una belleza oculta y leve, con la que su mirada se topó por fortuna cuando levantó la cabeza. Ese contacto instantáneo y súbito con la levedad le permitió a Teresa continuar su vida.
La oposición peso/levedad aparece oculta en los lugares más inesperados. Un día Tomás y el narrador deliberan sobre la inocencia o culpabilidad de los funcionarios del régimen comunista, quienes habían torturado y ejecutado a mucha gente. El punto no era si sabían o no los funcionarios que al defender al régimen se hacían cómplices de un genocidio sino si, cuando un hombre toma una decisión que tiene consecuencias terribles sobre otro ser humano, pero ignora esas consecuencias, ese acto es o no inocente. Este dilema le recuerda a Tomás la tragedia de Edipo, quien no sabía que Yocasta, la mujer con la que yacía, era su madre. E ignoraba que había asesinado a su padre, el rey Layo. Cuando lo supo, Edipo se perforó los ojos y quedó ciego. Tomás escribirá un artículo sobre esta reflexión que enviará a la prensa esperando que lo publiquen. Unos meses más tarde, el director del hospital le pide a Tomás que se retracte por escrito. Es lo que espera el régimen. Si no lo hiciese, su cargo como cirujano quedaría en serio riesgo. Tomás no se retracta y es despedido. Solo le permiten ejercer como médico de cabecera en una clínica rural. Al cabo de un tiempo, otro funcionario se le acerca. Esta vez lo que le pide el régimen es que escriba un artículo, no solo renegando de lo escrito, sino alabando al régimen y atacando a los disidentes, y muy especialmente a los intelectuales. Al negarse a esta humillación, Tomás pensó que quizá no amaba tanto a su profesión como siempre había creído. O quizás, Tomás fue capaz de abandonar en un instante su vocación, seria y responsable, por un oficio tan ligero como el de limpiador de ventanas y escaparates porque amaba más la idea de ser moralmente consistente (y preservar su honor) que la de mantener su oficio de cirujano complaciendo a su vocación. Por eso dice el narrador: Ahora andaba por Praga con la pértiga de lavar escaparates y constataba que se sentía diez años más joven (p. 201). Con ese nuevo empleo, tenía mucho tiempo libre que Tomás aprovechó para estar con un mayor número de mujeres. Lo que sería causa de nuevos padecimientos para Teresa. Tomás, cuya conducta ligera hacia las relaciones sexuales con otras mujeres se podía calificar como su aspecto leve, balanceado por un aspecto grave, que se expresaba en el amor a su vocación.
Tomás no quedó muy satisfecho con la decisión que había tomado Y en ocasiones reflexionaba sobre ello sin ser capaz de concluir qué era lo correcto: Haber o no haber firmado el documento que le presentaron renegando de lo escrito en su artículo. Lo que le impide responder esta pregunta es que la vida, que se vive sólo una vez, no nos permite vivirla una segunda vez eligiendo la opción alternativa. En esa irrepetibilidad reside la virtud y la tragedia insoportable de nuestra levedad como seres humanos. El único escape a este nudo trágico que concibe Tomás me recuerda al concepto cuántico de multiverso: En el universo existe un planeta en el que todas las personas nacerán por segunda vez. (…) Y existe quizás otro planeta en el que todos naceremos por tercera vez, con las experiencias de las dos vidas anteriores. (p. 229).
Un día Teresa le expresa a Tomás, con mayor énfasis que otras veces, la angustia que le produce vivir en Praga. Ese énfasis tuvo un efecto: Tomaron la decisión de irse al campo. Esto no le resultó fácil a Tomás porque significó un nuevo (más claro y más franco) alejamiento de su vocación, a la que antes consideraba inamovible; quizás la última ancla que le impedía sentirse totalmente leve. O, quizás, la última barrera que le prevenía caer en las redes eternas del amor de Teresa. Incluso un día Tomás sueña con aquella mujer que, según el mito que se cuenta en El Banquete de Platón, sería su mitad perdida. Tomás sabe que, incluso si esa mujer se le apareciese, él sería capaz de dejarla por Teresa, la mujer nacida de seis ridículas casualidades (p. 245). Quien no es su mitad perdida y por la cual siente un amor que no ha podido explicarse.
Sabina piensa en cómo preferiría morir. El narrador piensa que Tomás y Teresa, que murieron aplastados por un camión “murieron bajo el signo del peso. Ella quiere morir bajo el signo de la levedad. Será más leve que el aire. Según Parménides ésta es una transformación de lo negativo en positivo” (p. 278). Sabina desea ser un cuerpo vivo cuya piel, músculo, huesos, sean fuertemente atraídos por la fuerza de gravedad de la Tierra. Si no fuera éste el caso, aún los ancianos podrían caminar cómo jóvenes ágiles y danzarines. Si la Tierra fuera más pequeña, y la fuerza de gravedad fuese sustancialmente menor, no sería necesario recurrir a la hipótesis de un cuerpo más ligero porque los seres humanos pesaríamos menos. Lo que nos mueve a preguntarnos ¿Si hubiésemos nacido en la Luna, cuya gravedad es(1.62 m/s2) poco más de seis veces mayor que la de la Tierra (9.8 m/s2), seríamos acaso más leves y, por tanto, menos atormentados por todo lo grave que ocurre en nuestras vidas? ¿Es que hay una gravedad existencial, o espiritual, que no tiene relación alguna con la gravedad del cuerpo celeste que habitemos y el peso que éste determina para nuestros cuerpos? Para Sabina, en todo caso, la levedad es en gran parte física.
Para Teresa, la levedad es conceptual. Piensa que la secuencia de trabajos cada vez menos profesionales los ha llevado a ella y Tomás a un nivel desde el cual no se puede caer más. Han sido trabajos cada vez menos importantes, trascendentes o edificantes. En ese pueblo en el que vivían antes de ser aplastados por el camión, ni Teresa hizo nunca más una foto, ni Tomás ejerció más su oficio de médico cirujano. Por eso le dice Teresa a Tomás: Yo tengo la culpa de que hayas llegado hasta aquí. Tan bajo que ya no es posible ir a ninguna parte (p. 319). Ante eso, Tomás la trata de convencer de que está equivocada. De que nunca antes habían tenido la libertad de la que disfrutan en ese pueblo, oculto en el campo. Le dice esto convencido de que toda creencia en que el ser humano tiene una misión en la vida es una ilusión que funciona como un ancla, correa o cadena que restringe la libertad y arrastra al hombre hacia abajo, hacia la superficie de la tierra. O incluso debajo de ella. Solo en ese pueblo Tomás se ha liberado de la creencia en ese mito que era su vocación. Además, la vida en el pueblo, liberó a Tomás y a Teresa de ese otro mito que era la idea que tenía el primero de que derivaba un conocimiento trascendental de cada mujer con la que hacía el amor, y que ese conocimiento era esencial para él y valía los costos que pagaba (ver el dolor que le producían sus celos a Teresa). De todas las formas de levedad que Teresa y Tomás habían experimentado a lo largo de sus vidas, la que les deparó la mayor felicidad, por la libertad que a ella estuvo asociada, fue la que gozaron durante los últimos meses de su vida en ese pueblo. Una felicidad que no por ello estuvo exenta de tristeza. Esa tristeza significaba: Hemos llegado juntos a la última estación. Esa felicidad significaba: estamos juntos. La tristeza era la forma y la felicidad, el contenido (p. 320).
Karenin es el perro que le compró Tomás a Teresa cuando ella se mudó a su casa. Quizás lo hizo para que la acompañe mientras él trabaja, o (también) para que esté con ella mientras él seduce y les hace el amor a alguna de las doscientas mujeres con las que ha estado en su vida persiguiendo siempre el conocimiento de ese aspecto único de la singularidad de cada ser humano que se revela en la relación sexual. Cuando al final, Tomás y Teresa huyen de Praga hacia el campo, a Karenin un día le diagnostican un tumor. Durante los días siguientes, el amor de Teresa hacia Karenin, y el de Karenin a Teresa se expresará de múltiples formas; en la fase terminal, apenas con una mirada (Teresa sabía que nunca nadie más volvería a mirarla así). El narrador comenta respecto a este amor: La verdadera bondad del hombre solo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna. La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda (…), radica en su relación con aquéllos que están a su merced: Los animales (p. 296). Luego será Teresa la que cavile sobre el amor por un animal teniendo en frente a Karenin, el perro agonizante al que tanto ama: [E]l amor que la une a Karenin es mejor que el que existe entre ella y Tomás. (…) Ninguna persona puede otorgarle a otra el don del idilio. Eso solo lo sabe hacer el animal, porque no ha sido expulsado del Paraíso. El amor entre un hombre y un perro es un idilio (pp 303-304). Esta idea de la superioridad del amor entre un ser humano y un animal es recurrente en Kundera. En Un Encuentro, hay un texto sobre La Piel, la archinovela de Curzio Malaparte, en ella Malaparte escribe sobre su perro Febo: “Jamás he querido a una mujer, a un hermano, a un amigo como quise a Febo”. Durante los dos últimos años de su destierro, Febo está con él y le acompaña a Roma el día que lo liberan (p. 196). Y más adelante, en el mismo ensayo, Kundera retoma el tema de Febo y Malaparte: “En medio de tanto sufrimiento humano, la historia del perro está lejos de ser un simple episodio, un entreacto en medio de un drama. (…) Frente a un animal, el hombre es tal como es. Su crueldad es libre. La relación entre el hombre y el animal constituye el trasfondo eterno de la existencia humana, un espejo (espejo espantoso) que nunca la abandonará (p. 212). Kundera demuestra su admiración por el amor entre perro y humano, al que considera superior al amor entre humanos; entre otras cosas porque, tiene la posibilidad de ser una clase de amor con mayor libertad y por tanto levedad. Entre seres humanos, en cambio, los celos, la fidelidad e incluso la compasión restringen la libertad entre los amantes e impregnan el amor de una gravedad de la que éstos solo se podrían liberar con el engaño y la traición. Y como Sabina reflexiona en la novela, a menudo no es suficiente una traición, sino una serie de traiciones, para que lo grave se troque en leve.
Un último punto al que me quiero referir son las metáforas. En el comienzo de la novela, Tomás recuerda cómo llegó Teresa a su vida (más adelante concluirá Tomás que lo hizo gracias a la conjunción de (seis improbables casualidades). Y quiere imaginar esa aparición de Teresa como la de un niño al que alguien ha colocado en un cesto untado de pez y lo ha mandado rio abajo. Ese inesperado aterrizaje de Teresa en la vida de Tomás es una metáfora. Sobre la cual el narrador comenta: Tomás no se daba cuenta en aquella ocasión de que las metáforas son peligrosas. Con las metáforas no se juega. El amor puede surgir de una sola metáfora. Las metáforas, en el contexto de esta novela, funcionan como bocetos o ideas de arquetipos. Que a la vez pueden concebirse, entre muchas otras cosas, como historias condensadas. Una metáfora puede abonar un nuevo amor porque, sin que su creador sea capaz de predecirlo, puede enredar al amado y al amante en una de las decenas de historias que se podrían derivar de ésta. La metáfora, por lo general ajena al amor entre el hombre y un animal (sea éste perro, caballo o gato) es además peligrosa porque le puede conferir gravedad a un casual, breve y tangencial encuentro entre dos futuros amantes. Es decir, las metáforas, esos fragmentos germinales de las historias, son culpables de que el amor entre seres humanos se haga pesado. Su capacidad de engendrar narrativas las convertiría en instrumentos capaces de despojar de un plumazo al amor de su divina levedad. Un amor ciego, sin metáforas, un amor que nadie puede narrar, como el de un perro por un humano, sería el modelo perfecto de amor leve. Aun cuando, si el perro pudiera hablar, aun si no hubiese cambio alguno en los sentimientos de los implicados, el amor automáticamente viraría hacia la gravedad. Porque no son los sentimientos sino la posibilidad de contarse a sí mismos o a terceros las historias que los enlazan lo que anuda a los hombres en sus relaciones de amor.
Al final, Kundera parece querernos decir (sobre la oposición peso/levedad) que si, como sostenía Parménides, el universo está constituido por pares de contrarios, a éstos no los hallamos aislados (y plenamente identificables) sino incorporados de un modo compacto, difuso y no siempre reconocible, junto con una diversidad de otros pares de contrarios (luz/oscuridad, belleza/fealdad, bondad/maldad etc) en ese tapiz cambiante que es lo real. Por momentos, uno tiene la impresión de que, si no se toman ciertas decisiones, si no se lucha con suficiente pasión o perseverancia por ciertas ideas o valores, si se permite que la inercia y la entropía prevalezcan, un día nos daremos cuenta de que estamos presos dentro de una jaula hecha de barrotes de hierro demasiado gruesos para poderlos romper. Lo contrario podría también ocurrir. De que cobremos un día conciencia de que nos quedamos fuera de esa jaula de hierro, muy por encima de ella. De que nos movemos banales, indolentes y adormecidos, como si viajáramos encima de una cordillera de nubes. Y que no importa cuánto nos esforcemos, jamás lograremos hacernos un poco más graves, y gracias a ello descender, para mirar de cerca dentro de esa madeja que es lo real. La vida que deberíamos vivir, aquella en la que podemos elegir libremente ser leves o graves, a voluntad, se hallaría en algún punto entre esas dos opciones, ambas trágicas. Ambas insoportables. Es cuestión de balance.