Caracas

PREFACIO GRAFICO

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Esta es una foto que tomé en enero de 2010 y muestra el oeste de Caracas mirado desde la colina que sube hacia el Volcán desde La Boyera. Las luces no se han encendido del todo y la luz del sol aun no se termina de ocultar.

Oeste de Caracas desde El Volcán, enero de 2010

Parque del Este Rómulo Betancourt

Para un proyecto editorial que tiene actualmente la oficina, hemos tenido algunas conversaciones conel arquitecto John Stoddart, miembros del equipo que junto con Roberto Burle Mark y Fernando Tábora, proyectaron el Parque del Este. Aun cuando este no era el propósito, esto crea una oportunidad para converrsar con él sobre algunos aspectos e ideas relacionados con la historia del Parque del Este. Los interesados podrán encontrar pronto en este link (que solo tiene fotos por el momento), un resumen de estas conversaciones.

NUEVA MIRADA A CARACAS DESDE EL VOLCAN

Mirar Caracas desde la altura de esta colina en el sureste, durante la tarde de un sábado, luego de esa lluvia-garúa constante que ha dejado tan transparente el aire que los colores saltan como si los hubieran pulido. Y si a eso le agregas la luz del sol entre las 5 y 15 y las 6 de la tarde, cuando todo lo que miras adquiere ese color entre naranja y rosado suave, el resultado es como si volvieras a ver la misma ciudad pero con ojos distintos. Como si algo en ella te resultara familiar pero también como si lo familiar hubiese de repente sido rebautizado y ese rebautizo la hubiera hecho renacer. Renacimiento parcial, Quien diría que vivir era renacer a diario? Y es como si esa agua cayendo durante todos esos días interrumpidamente) de rato en rato) nos hubiera limpiado por un rato el alma y los ojos. A nosotros y a la ciudad.

Caracas desde El Volcán, junio de 2010

Una mirada unos minutos más tarde pero con un encuadre que deja ver una mayor área de las colinas cercanas.

Caracas desde El Volcán, junio de 2010 (con mirada sobre parte de las colinas)

La misma ciudad pero el encuadre muestra aquí algo más del verde que me rodea. Subyugante el efecto de la luz.

Caracas desde El Volcán, junio de 2010 (con una vista mayor aún de las colinas verdes)

Y aqui en las fotos siguientes los mismos cipreses solitarios que he fotografiado antes pero con otra luz.

Cipreses solitarios, El Volcán, junio de 2010

Otra mirada desde abajo a este grupo de tres cipreses solitarios.

Y otra más.

Cipreses solitarios, desde abajo, El Volcán, junio de 2010

Y esta foto que viene ya no es desde arriba, desde la colina verde, sino desde una colina urbana y urbanizada. Colinas de Bello Monte.

Caracas vista del Colinas de Bello Monte, frente al quiosco Génesis, junio de 2010.

Mirar el valle de Caracas desde cualquier punto es siempre un placer. Dependiendo de cómo esté el cielo, uno puede distinguir una paleta distinta de verdes, verdiazules, e incluso azules violáceos en la smontañas que conforman el Parque Nacional El Avila. Este vielo nuboso que al rodear las cimas de las montañas con las nubes hace más enigmáticas a éstas. Con aún más nubes las montañas pasan de ser enigmáticas a dramáticas y, en ocasiones más raras, tenebrosas o al menos sombrías.

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Un árbol solitario, El Avila y algo de Caracas, muy poco

1. Árbol solo con montaña
Esta foto. al igual que las siguientes las tomé entre el 23 de diciembre y el 9 de enero de 2010. Ésta pertenece a un árbol que crece solo, cerca de otros tres-aunque lo veo desde hace años del mismo tamaño, y por tanto debiera decir que persiste y resiste (porque en más de una ocasión ha sido atacado por el fuego)-en una colina, como a mitad del camino hasta la cima. Mirando hacia el norte está El Avila. La foto la tomé pasadas las cinco y media de la tarde, cuando ya el sol se había retirado de la parte baja de la montaña. Pero aun solea la parte superior. Lo poco que se divisa de la ciudad se ve diminuto ante lo masivo de la cordillera.

2. Tres árboles, en la colina (2010)

Tres árboles, subida de El Volcán

3. Tres árboles en la colina, otra vista, enero de 2010
Impresiona en estos árboles, lo mismo que en la foto anterior, el perfil dendrítico de sus follajes. Crean esa impresión de que los troncos fuesen gigantescos axones; los otros árboles como elementos de una red neural (neuronal). Como si los contactos ocasionales o coyunturales entre las copas señalasen sinapsis, neurotransmisores etéreos que pasan de una red dendrítica a otra conectando dos neuronas. El bosque como lo que se revela al hombre de un cerebro fomrado por la conexión entre todos los árboles. Como lo imagina Cameron en Avatar. Una idea simpática.

Tres árboles, mirados desde abajo.


4. Tres eucaliptos al atardecer (2010)

El mismo cielo celeste, pero un poco más oscuro que en las fotos de los otros árboles. La foto la tomé bajando, cerca de las seis de la tarde. Los tallos de color gris oscuro, casi negro. Las copas con un perfil menos dendrítico. Estos árboles más integrados con otros árboles, como revelando que forman parte de un grupo numeroso. Como formando juntos un pequeño bosque.

Tres eucaliptos (2010)

5. Foto de El Avila, con una vista parcial de la ciudad de Caracas tomada desde la subida hacia «El Volcán», cerca de Topo Tepui.

Avila con Caracas, 9 de enero de 2010

Esta foto que tomé el 23 de diciembre de 2009, el cielo de Caracas tenía ese azul profundo y limpio, sin ninguna nube en el cielo que no es común durante otras épocas del año. Era bello ese cielo. Muy bello. No obstante el hecho de que el contemplarlo me hacía pensar que un cielo así, repetido por muchos meses empeoraría nuestra sequía y, por ende, luego de una larga cadena causal, nuestros problemás eléctricos (incompetencia e ineficacia gubernamental aparte). Pero ante eso, nada puedo hacer. Y sí puedo en cambio disfrutar de la belleza singular de ese cielo y el cerro, que a esa hora, poco pasadas las cinco y media de la tarde, toma ese color rojizo tan particular. Quise compartir ese disfrute.

6. Otra foto de El Avila y Caracas, desde la misma colina, pero tomada un poco más arriba, el 9 de enero de 2010. Todavía con cielos azules de sequía.

Foto de El Avila, desde la subida hacia El Volcán

En ocasiones pienso en que El Avila y su masiva enormidad es un primer punto de comparación entre hombre / ciudad versus montaña; como un recordatorio permanente de nuestra pequeñez . Y de nuestra transitoriedad.

Quizás, si la ciudad que habito no tuviese esa montaña, me obligaría a mí mismo recordar esto de la futilidad de la vida humana, de su devenir y la transitoriedad del hombre, cada cierto tiempo. Como una terapia contra nuestros temores de que situaciones trágicas que lucen permanentes vayan a durar una eternidad. O que cualquier otra cosa vaya a durar esa eternidad. Esto que William Shakespeare refiere en como el sonido y la furia («a tale told by an idiot, full of sound and fury signifying nothing», Macbeth, V, 5). Algo de esto, me parece que está hermosamente dicho en ese soneto de Percy Bysshe Shelley, Ozymandias, que reproduzco a continuación:

I met a traveller from an antique land
Who said: Two vast and trunkless legs of stone
Stand in the desert. Near them, on the sand,
Half sunk, a shattered visage lies, whose frown
And wrinkled lip, and sneer of cold command
Tell that its sculptor well those passions read
Which yet survive, stamped on these lifeless things,
The hand that mocked them and the heart that fed.
And on the pedestal these words appear:
«My name is Ozymandias, king of kings:
Look on my works, ye Mighty, and despair!»
Nothing beside remains. Round the decay
Of that colossal wreck, boundless and bare
The lone and level sands stretch far away.[

Una primera aproximación a la ciudad

Uno de los íconos referenciales que obsesionan al habitante de Caracas, o al que la visita por primera o enésima vez es la presencia ubicua de El Avila, el cerro que corre a lo largo de más de 20 kilómetros, de este a oeste, que define la frontera norte de la ciudad y que la separa visual y geográficamente del mar. Está tan presente la montaña en todos los que viven en la ciudad que, la mayoría de los nacidos en esta ciudad que viajan al exterior por primera vez, la primera sensación que tienen de alguna nueva ciudad que visitan es la falta de El Avila. Esto es peor, se produce una experiencia de desorientación total que puede ser momentánea o durar días y sumarse, si es el caso, al jet lag de rigor, cuando se visita una ciudad plana como Buenos Aires, New York, o Londres, donde sólo nuestros ojos aprenden lentamente a encontrar referencias arquitectónicas que sustituyan la orientación cálida y protectora (como de diosa telúrica que nos daba El Avila). En esta página del blog se registrarán documentos sobre la ciudad, su gente, sus edificios, su montaña y, en particular, la diversidad de expresiones artísticas y doucmentos que ella inspira. Es una manera de comunicar de qué modo vivir en esta ciudad puede determinar nuestra percepción de lo local (la misma ciudad) y lo global.

Noche en Caracas, extraño resplandor

Caracas de noche fotografiada desde el balcón de un apartamento en Chulavista

En esta foto llama la atención ese resplandor que ilumina con esa luz blanca e intensa tan particular el cielo nublado de una noche caraqueña. A primera vista un observador que no conoce la ciudad pudiera creer que lo que se divisa apenas detrás de la silueta de algunos edificios es el resplandor de una explosión. Pero ése no es el caso. Se trata del resplandor intenso del estadio de beisbol. Es un resplandor eléctrico que no deja creer que esta ciudad atraviesa un momento de crisis de energía eléctrica. Disimulan también esta crisis las luces de algunas vallas iluminadas que desde hace años alumbran la noche de la ciudad. Esa franja oscura, sin luces, hacia la derecha de la foto es la ladera inferior del cerro Ávila, que como un enorme farallón, protege a la ciudad de improbables caprichos de clima extremo, y corre a todo lo largo, en dirección este-oeste, que es el sentido en que corre este valle del rio Guaire. Creo que la belleza de esta vista de la ciudad no sólo reside en el modo como la noche apenas sugiere el skyline nocturno, sino también ese resplandor difuso que sólo quienes residen en la ciudad pueden explicar tan fácilmente. No visito siempre al amigo desde cuyo balcón tome esta foto. Pero me gusta olvidar el origen real de ese resplandor e imaginar cientos de hipótesis que pudieran explicarlo. A veces la belleza reside en la ignorancia. Otras, elegimos deliberada o no deliberadamente la ignorancia para que el mundo se ajuste a nuestra idea de belleza.

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La fundación de Caracas, según La Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela, de José Oviedo y Baños (1722)

Diego de Losada

Diego de Losada

«Qué día con tanta agitación de guerreros
Cansado de guerrear
Y viendo que la muerte volvía y revolvía junto suyo
-Fundaremos-se dijo
Y evocó a Santiago El Jinete.
Arriba de su frente se coronaba el rostro con cenizas de guerra,
cincuenta círculos del caballero.»

Ramón Palomares, «Fundación»

Diego de Losada era capitán de origen noble-sus ancestros fueron señores de Rionegro-nacido en 1511 en Puebla de Sanabria, España, tierra zamorana de centeno, lino y hielo glaciar. El gobernador Pedro Ponce de León le había encargado la conquista, desde el norte, de los indios que poblaban las colinas que circundan el valle de San Francisco. Losada se aproximaba por el noroeste. Oviedo y Baños aprecia en este conquistador un persistente empeño en hacer las cosas por las buenas. Conserva este idealista empeño poco antes de la fundación de Caracas a pesar de haber perdido meses atrás, muy cerca de ahí, a su compañero de fortunas Diego de Paradas, muerto cuando éste se lanzo al ataque de los indios, quienes los habían emboscado a él y sus compañeros, en un cañaveral en Los Teques. Y es aquí donde me sorprende Oviedo y Baños, cuando escribe: Aunque Losada había estado siempre en ánimo de no poblar hasta tener pacificada la provincia, conociendo por la obstinación que experimentaba en los indios, lo dilatada que iba su conquista para poder con más comodidad, y conveniencia conseguirla, y tener en cualquier adverso accidente segura la retirada, se resolvió a fundar una ciudad en el valle de San Francisco, a quien intituló, Santiago de León de Caracas, para que en las cláusulas de este nombre quedase la memoria del suyo, el del Gobernador, y la provincia.

Losada puede o no haber ejecutado con propiedad el rito fundacional. El escritor argentino Héctor Murena habla del nombre secreto de las ciudades. No me cabe duda de que Losada lo haya realizado correctamente. Este ritual consistía en enterrar un tronco en el justo centro de la futura ciudad, que es la actual Plaza Bolívar. No me deja de sorprender, sin embargo, ese acto fundacional ejecutado como para asegurar una posible retirada. Como si hubiera realizado este acto tan importante, no sólo en medio de un descanso en su avance o, alternativamente, como hito que marcara un progreso en el camino del conquistador hacia la culminación de la tarea que le había encomendado el gobernador sino, más bien, como un seguro, como estrategia de cobertura, como estrategia de huída, como defensa ante una contingencia futura que Losada temiera pudiera superarlo en fuerza y capacidad (lo que además habla del temor que infundía en el conquistador ese carácter indómito del nativo). Pero además creo que esta fundación marcada por ese por si acaso creó una impronta particular en la recién nacida ciudad. Una suerte de mácula de nacimiento, más simbólica que física, pero que puede haber tenido una influencia en el destino y desarrollo futuro de Caracas. Nuestra fundación, y gestación, como ciudad, no parece haber sido buscada de frente sino de soslayo. O peor aún, durante el proceso de una especie de retirada preventiva. Que no sabemos a esta distancia si fue realizada para avanzar mejor (recouler pour mieux sauter). Pudiéramos pensar en que este acto fundacional particular crea para los que nacimos o vivimos en Caracas la tarea de enderezar esa historia de nuestro nacimiento, aún luego de pasados todos estos siglos. Refundarnos hacia adelante, sin retirada, ni reculajes. Voy a pensar qué implica esto.

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Conversación al borde de la calle, 1Colinas de Bello Monte, Caracas, enero de 2010

Conversación al borde de la calle

Conversación al borde de la calle, 2, Colinas de Bello Monte, Caracas, enero de 2010

Conversación al borde de la calle, 2

Mirados desde atrás, los perfiles de estas dos personas en estas dos fotos parece como si sostuvieran una entretenida pero quieta conversación. Ahí mismo, casi al borde de esa calle, que asciende por la ladera de una de las colinas que rodean a Caracas, asombran a los vehículos de quienes pasan todos los días a su lado. Es otro el mensaje que emiten cuando se mira esta valla por el lado correcto. Un pedazo de El Avila se divisa como fondo de la escena.

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El Avila y un mijao, vista desde la cuarta transversal de Los Palos Grandes

Me gusta esta foto por la presencia como en alto relieve en que aparece el mijao o Anacardium excelsum (especie de árbol que tiene unas hojas grandes de color verde intenso que contrasta con los colores de El Avila (en la que se puede mirar el Pico Oriental),

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Un comentario en “Caracas

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