Marcelo, sus novelas y La Candelaria

 

Quiero abrir esta página con algunas fotos recientes que hice de La Candelaria, parroquia situada en el oeste de la ciudad de Caracas, desde el noveno piso de un edificio en el que vive Marcelo, un amigo mio (este es un alias para proteger su identidad). Marcelo había vivido toda su vida en zonas suburbanas en el sureste de la ciudad, donde la densidad poblacional es menor. Pero recientemente se ha mudado a esta zona y dice que disfruta más la vida en medio de la alta densidad poblacional de este barrio que contaba con poco más de 63 mil habitantes en 2009. Marcelo me cuenta que caminar a diario entre la multitud; chocarse de repente con el hombro de alguien; sentir que el codo u hombro de alguien a quien no tiene tiempo siquiera de ver su rostro, de ese alguien que accidentalmente le da un golpe en las costillas o le roza su hombro, lo toca o golpea es una experiencia de la que no puede prescindir. Dice que de eso se trata la expriencia urbana. Del encuentro azaroso con pedazos del cuerpo de los otros. Recuerda Marcelo que en la película Crash, el narrador dice que en L.A. la gente choca para producir esos encuentros fortuitos con gente extraña, que son alimento del hombre contemporáneo. Porque el espíritu de la ciudad se ha desvirtuado en L.A. y esos encuentros, esos roces de cuerpos se han hecho muy escasos.

Doy por descontado que lo mejor es cuando el azar me reserva la fortuna de encontrarme con unos magníficos ojos marrones, negros o verdes que, por mera casualidad, cuando los miro ellos también me miran. Esa es para mi la esencia más básica de lo urbano.

Marcelo piensa que lo urbano es la repetición hasta el absurdo de esa experiencia de toparte con el otro, experimentarlo desde un ángulo distinto cada día. Y hacer el ejercicio de relacionar esos choques interpersonales con experiencias olfativas (los rastros invisibles de olores que dejan todos aquellos que pasan a tu lado), o auditivas (todo ese ruido a veces insoportable y otras veces placentero, semejante a un rezo, una plegaria, un susurro, un secreto; o todo lo contrario, semejante a un aplauso verbalizado, a un grito de apoyo que te llena de entusiasmo y vida, como si estuvieras corriendo un maratón).

Pero pasa que ese grito que escuchas y te alegran el día y la vida no lo profiere tu hermano, tu padre o la mujer que amas sino un desconocido. Es la energía del grito lo que me alimenta. Ése es el ruido del que no puedo prescindir, me dice Marcelo.

En las dos fotos, tomadas mirando hacia el Este, se puede ver un tramo largo de la Avenida Oeste 2, que corre paralela a la Avenida Urdaneta en sentido Oeste-Este. Casi al final de la Avenida se aprecia el minarete blanco de la mezquita Ibrahin Al-Ibrahin, de la que dicen que es la más grande de Suramérica.

Vista de la Avenida Oeste 2, La Candelaria, Caracas (agosto de 2010)

Me gustan en estas fotos las decenas, quizás cientos de ventanas, que puede mirar Marcelo cada vez que se asoma por la suya. Marcelo también dice que mira con frecuencia hacia esas ventanas; que son un recurso que utiliza para imaginar personajes e historias que pueda incorporar en las novelas que escribe. Acaba de concluir Martinica Red Trip y aunque lleva meses dividiendo su tiempo entre la corrección y los intentos de que se la publiquen, ya ha comenzado a escribir la segunda y a imaginar la tercera novelas. Una de ellas, la primera, la ha prologado un viejo amigo de ambos, que es un escritor. Y parece que ya la están leyendo en varias editoriales. Pero no le han contestado aún. Sin embargo estoy seguro de que muy pronto lo harán.

Vista de la Avenida Oeste 2, La Candelaria, Caracas, agosto de 2010

A Marcelo a veces le basta con fijar la vista en una de las ventanas, o mejor aun en aquella en la que él distinga (o sólo crea que distingue, luego de beberse un par de tragos de 1796 ese ron de Santa Teresa, o un trago de cualquier otro de esos maravillosos rones que produce Venezuela) un rostro o la silueta de alguien. Aunque sus rasgos se vean borrosos, para Marcelo, que tiene una imaginación prolífica y fértil, le es suficiente con mirar esa especie de boceto, dice él, para inventar una historia y luego enriquecer con ella un personaje.

No quiero que los personajes secundarios se queden planos, unidimensionables o bidimensionaales; como los paisajes de los sueños. No. Quiero que tengan profundidad. Ese es uno de los sueños de Marcelo. Eso aparte del sueño de que le publiquen todas sus novelas.

Ventana que mira hacia el Sur, La Candelaria, Caracas, agosto de 2010

Marcelo espera que algún dia se asome alguien en una de esas ventanas que desde lejos le guiñe un ojo o que simplemente lo salude. Quizás ese día haga algo para conocer a ese sujeto de cerca, pedirle que le cuente su vida. Quizás ese día Marcelo deje de escribir sobre fantasmas y lo haga sobre gente real. A no ser que ninguno de nosotros seamos verdaderamente capaces de hacer esto último por la lamentable condición de que la realidad elusiva se escapa inevitablemente de nuestras manos. Pero dejo en paz a Marcelo. Lo dejo en silencio para que prosiga la práctica de su oficio.

Diciembre de 2013

Me topé con Marcelo el otro día en el bautizo de un libro en la librería Kalathos, en Los Galpones. Tenía mucho tiempo que no lo veía. A él y a mi nos había pasado cosas. Me preguntó por mi madre. Le conté lo difícil que había sido para mi hermano, para mi y para el resto de la familia el diagnóstico de la enfermedad que tenía y saber con certeza cómo iba a evolucionar. Un día con tiempo se lo contaría mejor, le prometí. Marcelo me dijo que había terminado con la novia que conocí en el apartamento de La Candelaria, que se había mudado de aquel apartamento a casa de su hermana en La Florida, donde dormía en un chinchorro en medio de la sala acompañado de tres gatos (la gata Maga, que aunque estaba castrada todavía era seductora, además de Fobos y Deimos, los dos hijos de Maga que se quedaron en la casa). A veces, cuando lo despertaba los maullidos de alguno de los gatos a las tres o cuatro de la mañana, se levantaba, se preparaba un café, y se sentaba a escribir  elprimer borrador de la segunda novela. «Y la primera, la que comenzaba con la descripción de la chica de ojos verdes? pregunté tímidamente. Y él me dijo que ésa, luego de haberla reescrito cinco veces, estaba a punto de ser publicada y que me invitaría al bautizo en enero. No me quiso decir quien sería su editor. Y no pregunté. Luego se nos juntó una pareja de jovenes escritores y cambiamos de tema. Debo verlo la semana que viene y podré tener mas detalles de la publicación de esa primera novela que no he leído desde que me entregara el primer borrador hace mucho tiempo.

 

 

 

 

 

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