Sinrazón y ascesis en la obra de J.M. Coetzee, 3

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Esta tercera parte del ensayo sobre Coetzee, comienza con la revisión de Desgracia, esa novela sombría que nos recuerda a ratos a una tragedia griega y, en otros, a una narración bíblica como el Libro de Job. ¿Por qué los dioses se ensañan en ocasiones con algunos seres humanos luego de que éstos han tomado una decisión que, mirada en retrospectiva, parece inadecuada? Es el simple ejercicio del libre albedrío lo que castigan los dioses, o son las emociones y pasiones que invaden el corazón (la hubris por ejemplo) luego de que se han tomado ciertas decisiones lo que les resulta antipático a los dioses?

Desgracia[i], publicada en 1999, es una novela que narra la historia trágica de David Lurie, quien es profesor de Comunicaciones en la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo. David tiene 52 años y es dos veces divorciado. Y un dia, una de sus alumnas, la hermosa Melanie Isaacs, capta su atención. David iniciará una relación con Melanie. Pero ella es aún poco madura y su novio, que es muy celoso, junto con sus padres, la convencen de que lo denuncie a la administración de la universidad. Luego de seguirle un proceso sumario David, quien decide no defenderse ante el Consejo que lo evalúa, es expulsado de la universidad en un escándalo que trasciende a los medios de comunicación. Abandona la ciudad ese va a visitar a su hija Lucy a una granja en el campo. No pasa mucho tiempo cuando un dia, un grupo de tres hombres asalta la granja, y en el incidente hieren a David, y violan y embarazan a su hija. David no logrará conciliar sus puntos de vista con los de su hija. Los valores de Lucy chocan contra los suyos casi tan fuertemente como lo hicieron antes los valores de los académicos de la Universidad. No pueden vivir juntos padre e hija. Mientras tanto, David tampoco está feliz con el trabajo sobre Byron que ha iniciado durante esos meses que ha pasado en el campo. Pero sí ha encontrado un oficio insólito y le hace bien: ayudar a Bev Shaw, una mujer de edad madura y rasgos poco delicados que se ocupa de atender a animales abandonados o desahuciados y, si es necesario, inyectarles para que se duerman y vayan. Hay resignación y arrepentimiento en David. Cuando le hace el amor a Bev Shaw no emerge la pasión, y toma ese acto casi como un deber.  Toma cada adversidad que le sucede como si formara parte de un castigo que debe aceptar por haber sucumbido al deseo. Cuando hacia el final de la novela reflexiona sobre el juicio que le siguieron en la universidad: “Fue juzgado por su manera de vivir. Por cometer actos impropios: por diseminar su simiente vieja, cansada, simiente que no brota, contra naturam. Si los viejos montan a las jóvenes cuál será el futuro de la especie? (…) No es éste un país para viejos” (p. 237).

Creo que Desgracia es una historia que permite mostrar los méritos de un camino de ascetismo laico como modo de vida (¿del hombre en general o sólo del artista?)[ii]. Lo que atravieda David es una ascesis laica, cruda, desnuda, que reniega a tal punto de los placeres y las ilusiones, que decide ignorar la búsqueda de la experiencia mística (que para el máximo rigor ascético, podría ella misma lucir como otra ilusión). David comparte con el Magistrado una buena dosis de estoicismo y de resignación; ambos han tenido experiencias  que les han hecho abandonar sus ilusiones. Si éstas se desvanecen con el sufrimiento, o desaparecen cada vez que sufrimos embates de la fortuna, ¿para qué nos sirven?, parece preguntarse calvinistamente Coetzee.

La seriedad de Coetzee es legendaria. El escritor surafricano Rian Malan, amigo suyo, dice que en diez años de haber trabajado con él, solo lo vió reir una vez. Esta seriedad es consistente con una decisión de llevar una vida ascética y monástica. Coetzee es un Ulises moderno que se amarra precautelativamente al mástil de sus novelas para poder disfrutar de la belleza del canto inspirador de las musas sin correr el riesgo de extraviarse. Elizabeth Costello, igual que Coetzee, es vegetariana, se priva de comer cualquier alimento de origen animal. Cuando Garrard, el presidente de la universidad que ha invitado a Costello a dictar una conferencia sobre la vida de los animales, le pregunta: “Pero su propio vegetarianismo señora Costello, (…) proviene de una convicción moral? No creo eso, (…) viene de un deseo de salvar mi alma” (p. 89).

Coetzee no amarra a sus personajes mundanos para salvar sus almas. Más bien, como si fueran pequeños Ulises, los somete a caminos de disciplina estoica para impedir que reaparezcan, al menos en el mundo de la ficción, los crueles colonos depredadores, los verdugos torturadores, los psicólogos de guerra que practican el homicidio, o para que no se derrame sola por el mundo esa razón femenina que, por ser extraña a la acción, puede fácilmente alterar caóticamente la realidad. Está claro que Coetzee revela una intención de constreñir a esos seres desbocados, exaltados, extrovertidos en ánimo y pasiones, a los que nada, excepto su frágil razón, protege de ser crueles con, sus protegidos, los animales. Estoy convencido de que Coetzee alberga la convicción de que en ese hombre disminuido en sus expectativas, desprovisto de ilusiones, cuyas pasiones han sido contenidas y constreñidas, en esa suerte de artista del hambre kafkiano[iii], pueden aparecer expresiones que trascienden el deseo como la caridad, y otras formas de expresión nacidas de la empatía. De este modo, mostrando cómo pueden fallar la razón y sus metáforas, y cómo puede ayudar la via ascética, este escritor, que es también un pensador, produce una obra literaria responsable.

Regreso una vez más a Elizabeth Costello, la novela a la que hice referencia en el comienzo de este ensayo. Aunque el realismo tal como lo define Coetzee en esta novela no es el estilo que caracteriza gran parte de su obra de ficción—de hecho, si consideramos como paradigmas del realismo a Tolstoi, Dostoievski, Flaubert, o Zolá, la obra de Coetzee no se parece a las de estos escritores—cuando Coetzee se arroja en el debate de ideas, alcanza las alturas de estos grandes maestros. Y una de las novelas en las que demuestra su maestría en este estilo es Elizabeth Costello, que le sirve para reflexionar sobre el oficio del escritor en general y, específicamente, sobre su responsabilidad. Elizabeth Costello también le permite plantear su propia posición ante la razón, esa cualidad que el ser humano ha usado con frecuencia como criterio para demarcar aquellos seres vivos que son humanos de aquellos que no lo son; legitimando así un tratamiento brutal cuando se convencen de que cierta clase de seres vivos carecen de razón. O, lo que es más brutal, perpetrando en ciertos casos, ya no sobre animales, sino sobre seres humanos, protocolos de crueldad tan extremos que, con el tiempo y la imaginación, logran despojar de humanidad (y a veces de razón) al ser humano sobre el que éstos se ejercen. Quizás el alegato que más claramente representa una crítica de Coetzee a la razón, son las palabras de Elizabeth Costello cuando dice:“Y éste, usted puede ver, es mi dilema esta tarde. La razón y siete décadas de experiencia de vida me dicen que la razón no es ni el ser del universo ni el ser de Dios. Por el contrario, sospecho fuertemente que la razón es el ser del pensamiento humano. Peor que ello, el ser de una tendencia en el pensamiento humano.” (p. 67).  El contexto de esta cita es una charla que dicta esta escritora (titulada “Las vidas de los animales”), en la que revisa diversos argumentos usados por filósofos y escritores para justificar: el maltrato y la crueldad hacia los animales o, lo que es más común, la decisión de destinarlos a que sean alimento de los seres humanos. Costello alega que los diversos argumentos han tratado de demostrar que los animales no poseen razón. Y que, si lo que nos hace semejantes a Dios es la razón, aquellos seres vivos para los que no se pueda demostrar que poseen razón no son semejantes a Dios y pueden, por tanto, ser usados por el ser humano como “recursos”. El argumento de Costello (que uno presume es semejante al de Coetzee porque esta escritora es uno de sus múltiples alter egos), es que nada hace presumir que la esencia de Dios, aquello que nos define como semejantes a Él, sean la razón o alguna de sus metáforas. Hay más bien una insinuación, en Costello, que aquello que define nuestra semejanza con Dios es más bien un aspecto relacionado con nuestra corporeidad, con el hecho de que somos almas encarnadas en un cuerpo, que está dotado de sentidos y sometido a las restricciones que ejercen sobre él las categorías de tiempo y espacio. Piensa en esto Costello cuando dice: Al pensar, al cogito, yo opongo la plenitud, la encarnación, la sensación de ser, no una consciencia de tí mismo que se parezca a una fantasmal máquina de razonamiento que piensa pensamientos, sino por el contrario, la sensación, fuertemente afectiva, de ser un cuerpo con extremidades que se extienden en el espacio, de estar vivo para el mundo. (p. 78).  Es por esto, a causa de que los animales comparten con el hombre esa cualidad de ser cuerpos llenos de plenitud y alegría por el hecho de estar vivos para el mundo, que el hombre y los animales pudieran compartir ambos la esencia de lo divino.

Ese argumento, que solo parece (pero sostengo que no es así) estar enfocado en la comprensión de cuál debiera ser nuestra relación como seres humanos con los animales, puede ser fácilmente generalizado para que pueda ser usado para derivar una moral sobre cómo debieran ser tratados, en todos los casos, otros seres humanos. Aún si éstos no poseen la calidad de razón que tienen los seres humanos regularmente, o incluso si no poseen características que han sido históricamente menos apreciadas que la razón, como un color de piel diferente al de quienes dominan, o un modo de entender el mundo distinto al de quienes detentan el poder, no deberían, por ninguna de esas razones, ser tratados como si no fueran igual a cualquier otro ser humano, que se presume ha sido hecho a semejanza de Dios. De modo que la crítica que hace Costello a la supremacía de la razón (que la desarrolla por supuesto desde la razón), puede ser leída como una estrategia de Coetzee, que ha nacido en un entorno problemático, para producir una escritura responsable, pero cuya responsabilidad está oculta, para que de ningún modo su escritura se haga fácil, panfletaria, no problemática.

Refuerzo esta conclusión con palabras de la escritora. Se trata de la respuesta que ella les da al Consejo de Sabios que evalúa su escritura para decidir, presume el lector, si tendrá el camino libre hacia el Paraíso, ante cuya Puerta ella permanece a la espera. Cuando ese Consejo le pregunta cuáles son sus creencias elal responde: “…Yo no me puedo dar el lujo de creer. (…) en mi trabajo uno debe suspender el creer. Creer es una indulgencia, un lujo. (…) El no creer, esa capacidad de considerar todas las posibilidades, flotando entre opuestos, es la marca de una existencia parsimoniosa, de una existencia pausada. (…) La mayoría de nosotros debemos elegir. Sólo el alma leve flota en el aire”(p. 213)[iv]. Ése es el reto de los grandes escritores, ser capaces de flotar libres entre todos los modos de lo humano, sentir realmente que nada de lo humano les es ajeno, y sin embargo, comunicar dentro de esa libertad irrestricta, aquello que le dicta su moral universal.

EPILOGO

Uno de los dos rasgos comunes que se encuentran en las dos novelas de Coetzee revisadas, Esperando a los bárbaros y Desgracia, es la propuesta de un camino ascético. No queda claro si el escritor lo propone como una solución para la humanidad o solo para el artista o, para esa categoría más reducida del conjunto de los artistas que son los escritores. La ascesis puede entenderse como una decisión de autoconstricción. El filósofo Jon Elster, en su obra Ulysses Unbound (2000)[v],, revisa una diversidad de casos en los que es racional esta opción que tiene como referente mítico la historia de cuando Ulises le pide a los marineros que lo aten al mástil para poder escuchar el encantador canto de las sirenas sin correr el riesgo de arrojarse a las aguas. Este riesgo no lo corrieron los marineros a quienes él les había puesto cera en los oídos. Para Elster, el acto de Ulises es un ejemplo de pre-compromiso. Este ocurre cuando un ser racional anticipa que, en cierto momento en el futuro, la calidad de su razón se puede debilitar por culpa de las emociones. Elster recuerda, en uno de los capítulos del libro referido, que otra estrategia de lucha contra las emociones son las mismas emociones. Por ejemplo, Orfeo, según el mito de Jasón y los Argonautas, ante las mismas sirenas que encantaban a Ulises, se le ocurre la estrategia de cantar con una dulzura superior lo que hace su canto más encantador que el de las sirenas. Curiosamente, Elster no revisa la opción de la ascesis, y por tanto, relatos como Un artista del hambre, de Kafka, no fueron referidos en ese libro. Puede ser que, para la ascesis mística, la autorestricción tiene como racionalidad el cambio de bienes perecederos en el mundo material por la salvación, que sería un bien eterno, en el otro mundo. Uno podría explicar una ascesis laica como una decisión racional de intercambiar placeres materiales ( de cuyo disfrute el artista se abstendría) por una obra artística superior. Creo que en el caso de Coetzee, su conducta ascética es ella misma una proposición (un statement), una declaración en contra de la crueldad y el maltrato hacia cualquier clase de ser vivo.


NOTAS

[i] Las citas de esta novela fueron tomadas de la edición en español: J.M. Coetzee (2005), Desgracia, Barcelona. Random House (bolsillo).

[ii] Esta práctica de la autoconstricción que descubro en Coetzee me recuerda a nuestro genial Reverón, tal como lo describe Juan Calzadilla al hablar de sus rituales de pintura: Reverón se ceñía entonces fuertemente la cintura con un bejuco, logrando así «aliviar» la parte espiritual del cuerpo y separar la parte superior (la noble y positiva) de la inferior ( lo innoble y negativa) Una vez hecho esto, y producido el estado de inspiración, Reverón siempre amarrado por la cintura, movía alternativamente los brazos como para calentarlos y dar lugar al segundo paso; una especie de danza en la cual embestía la tela como si fuese un toro. Tomo este comentario de un texto del artista venezolano Carlos Zerpa que aparece aqui: http://www.cayomecenas.com/mecenas2061.htm

[iii] Se puede leer la versión al español del cuento “Un artista del hambre”, de Franz Kafka (publicado en 1922), en el siguiente site: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/kafka/hambre.htm

[iv] Esta cita, al igual que el resto de las citas de esta novela fueron traducidas de la edición en inglés, J.M Coetzee (2003), Elizabeth Costello, New York: Penguin Books. No quiero dejar de  transcribir la frase final de la cita: Only the light soul hangs in the air.

[v], Elster, J. (2000) Ulysses Unbound, Cambridge. Cambridge University Press

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