Karl Krispin, un escritor que piensa y lee a contracorriente

Tengo la certeza de que Karl Krispin—un escritor que profesa desde su infancia un profundo amor a la literatura—reproduce a sabiendas en sí mismo rasgos de personalidad que los lectores identifican en los protagonistas de sus novelas, sea éste el profesor Eloy Montáñez (Con la urbe al cuello, 2005) o el escritor Max Moro (La advertencia del ciudadano Norton, 2010). Resalta como rasgo común en sus personajes masculinos y en él una vocación de vivir la vida como alguien que nada a contracorriente. Como alguien que, no obstante la fuerza con la que lanza al agua brazadas agitadas para evitar que el agua que le ha llegado al cuello finalmente lo ahogue, nunca revela agotamiento ni descompostura. Sino todo lo contrario, una voluntad férrea de perseverar, de quedar incólume, como si nunca pensara que ha llegado el momento de abandonar. Lo que significa que su compostura sugiere voluntad, perseverancia, consecuencia. Y si miramos más profundamente, esa imagen nos muestra una persona firme pero de ademanes corteses, amables, cordiales. Todas éstas habilidades que son consistentes y propiciatorias de la conversación cordial e inteligente con amigos y gente afín. Y, de ello creo estar seguro, también con aquellos que no identifica como afines a él, pero con los que estoy seguro se empeñaría en conversar (porque hay un empeño en mucho de lo que hace). Y estoy seguro de que Karl intentaría ese acercamiento al Otro aún si supiera anticipadamente que su interlocutor tiene una imagen del mundo diametralmente opuesta a la suya y que no está dispuesto a modificarla ni un ápice. Karl se aproximaría a este interlocutor porque intuye que los antagonismos son siempre ilusorios. Son la consecuencia del hecho de que lo que se percibe de nosotros son solo identidades e identifaces (término que acuña en La advertencia del ciudadano Norton), mientras abajo queda silente nuestra esencia, la que es invisible para muchos (como lo decía Antoine de Saint Exupery en El Principito). Y con estas líneas como introducción, paso a la entrevista.

Hay una suerte de terquedad, persistencia o perseverancia en Max Moro, el personaje de tu última novela, que me recuerda al personaje de tu novela anterior, y en el que uno distingue rasgos del autor. ¿Qué piensas sobre eso?

    La novela, puede ser vista como una suerte de continuidad con lo que anteriormente escribí; a mi siempre me han gustado los personajes que navegan a contracorriente. No me gustan los personajes paradigmáticos. La novela en el mundo nace con su propia negación de heroicidad. La novela que inaugura la modernidad contemporánea es el Quijote, que nace con un argumento de antiheroicidad. La estructura novelesca que me llega más, en cuanto a proposición de categorías de personajes, son aquellos que viven un poco a la orilla del mundo sin integrarse demasiado en lo que les rodea.
    Alberto Manguel, un gran intelectual argentino-canadiense, dice que probablemente todo lo que leamos a lo largo de la vida sea un relato interrumpido que no tiene fin. Todo lo que escriba un escritor—y aquí no estoy asumiendo ninguna originalidad con respecto a lo que estoy diciendo—, escribimos un relato ininterrumpido que nunca termina. Es decir, siempre hay una continuidad a través de diversas situaciones, pieles escriturales y planteamientos discursivos pero el hecho escritural no termina. La gran novela no se escribe nunca, la novela con la que estamos contentos no se escribe nunca; siempre es un ejercicio de ensayo. Cuando publicamos una novela intentamos terminar una obsesión que nos habíamos planteado en algún momento pero ésta siempre se retomará en el futuro cuando nos sentemos de nuevo frente a la hoja blanca con no otra obligación que la de mentir en cuanto a subvertir la realidad y parafrasear el propio mundo en que vivimos.

Dentro de esa suerte de debate epistolar que ocurre en tu novela, me gusta el tratamiento que haces de la literatura y la novela.

    La literatura cuando es literatura, en términos de un planteamiento de la creación de un supramundo o submundo, no pretende ser causahabiente directo de la realidad, toca temas de la obsesión del propio escritor. No se fabrica constructos de necesitad narrativa sino que va tejiendo su propia especificad; entra en interrelación con el resto de la literatura que se hermana con la literatura de subversión de la realidad. Los libros hablan de otros libros.

En este intercambio, se habla de un temor a ver a la literatura amenazada. ¿Está más amenazada la literatura ahora que en cualquier otro momento de la historia?

    En principio no creo que la literatura esté amenazada. Cada vez hay más escritores, publicaciones y novelas; más gente que se adentra en el hecho escritural. Lejos de estar amenazada está reivindicada, incluso potenciada por el uso de las nuevas redes sociales. No digo que la gente escriba novelas por facebook o por twitter pero el hecho de que nos hayamos sentado frente a esa hoja blanca que es la pantalla electrónica y dejemos algo allí por más personal que sea, ha obligado al mundo a dar la espalda a esa cultura de la imagen que venía definiendo el futuro de la creación. Se dice que este es un mundo de imágenes y que una imagen vale más que mil palabras. No sé por qué esa frase; no se ha expresado nunca una imagen sin recurrir a un texto que la defina. La literatura no sólo no está amenazada sino que hoy día tiene una mayor posibilidad porque anteriormente, ¿cómo publicaba un escritor? A través del esquema clásico: ir a una editorial y publicar su libro. Hoy en día se puede plantear la posibilidad de que alguien publique una novela sencillamente colgándola en la red. Se ha eliminado ese proceso de intermediación, de vicariato, de la literatura. Ahora cada quien se siente libre de ser su propio agente, su propio editor y su propia compañía de publicación. La literatura no está amenazada, todo lo contrario, tiene posibilidades de crecer. Últimamente cuando la gente se refiere al libro electrónico lo ve como una amenaza al libro impreso; tal vez sería la misma amenaza que sintieron los que hacían libros ilustrados, pintados en la Edad Media, cuando Johan Gutenberg se atrevió a sacar algo revolucionario llamado imprenta. Las posibilidades de la literatura van viento en popa.

¿Y las de la novela?

    La novela es la forma más perfecta del hecho literario, para crear un mundo, un nuevo sistema más allá de nuestra realidad. El cuento también lo es pero si se quiere, como lo definía Oscar Marcano, es como tener un solo tiro en la recámara de una pistola, es un golpe directo, fuerte, un solo disparo; mientras que la novela es todo un mundo que se crea y donde hay cabida para mayores mentiras y especulaciones.

Encuentro un elemento generador importante que no lo vi en tus obras anteriores que es ese concepto de serendipia o coincidencias significativas. Ese concepto junguiano de sincronicidad y que está llevado de una manera interesante para generar casualidades que quizás en algunos casos son invisibles a los personajes, pero no al lector. En la vida real ¿tú sientes que ese concepto es importante o generador de literatura?

    Creo que apareció por mera coincidencia para jugar un poco con el albur. Me parece fascinante el juego de las coincidencias, es un hecho irracional en términos de la racionalización. Venimos de una cultura profundamente racional tomando como referencia la cultura occidental por lo que cualquier elemento que se escape de esa autopista hacia la razón inventada en el siglo de las luces pues tiene poca explicación. No obstante los descontruccionistas pusieron a la razón en el banquillo de los acusados y hoy en día seguimos siendo logocráticamente una cultura racional y racionalista. Vivimos el siglo de las mayores conquistas de la humanidad: tecnología , dominio del entorno. Y sin embargo, cada vez nos refugiamos más en elementos alternativos que desdicen esa realidad alcanzada como lo son, por ejemplo—y no digo con esto que esté interesado ni me guste esto— las religiones alternativas, la nueva era, la magia, los ángeles, el albur, en fin oportunidades irracionales que la gente se está dando para desracionalizar esta especie de cultura logocrática racionalista.

¿Qué crees que pasa con la literatura venezolana durante esta última década? ¿Ha estado amenazada o por el contrario ha tenido grandes oportunidades y está como explorando y explotando sus diversas posibilidades?

    Vivimos un momento estelar de la literatura venezolana en el sentido de ver las publicaciones que se han hecho en los últimos diez años en novela, cuento y poesía. Esto no quiere decir que haya una suerte de hilo conductual en la generación que está escribiendo. Creo que los escritores venezolanos no nos retratamos en familia, por lo menos en mi caso y en el caso de algunos otros que conozco, vivimos siendo unos lobos esteparios.

En la novela, el Comando Mapuche cita una frase de Ernesto Vila-Matas respecto a cierta actitud poco profesional con la que se acercaría mucha gente al oficio de escribir. ¿Qué opinas tú de eso?

    No sé qué es ser un escritor profesional de novela. Si nosotros vamos al sentido estricto tendríamos muy pocos profesionales en este mundo. Probablemente Vila-Matas o Vargas Llosa gente que vive para y por la literatura. En este mundo de inconsistencias materiales que hay que salir como el antiguo hombre que salía a cazar, pescar y recolectar también tenemos que salir cazar, a pescar y a recolectar y eso nos aleja de esa suerte de visión profesional de la literatura. Yo discrepo de Vila-Matas en ese sentido, no sé cuándo se hace diletantismo con la novela. No creo incluso que los escritores debamos juzgar eso, le corresponde al lector quien es el que tiene la última palabra y no es tampoco el lector del tiempo que se vive, sino un lector del futuro que reivindique una novela que nadie le hizo caso en un momento dado. Por ejemplo, George Steiner, dice que las obras literarias no tienen prisa y que en algún momento habrá un lector que las descubra. Alberto Mangel dice en ese mismo sentido que, por ejemplo, la gran literatura no tiene tiempo. Es por eso que todo libro publicado con ánimo de puntualizarse en un momento dado de la historia cae por su propio peso, por eso es que seguimos leyendo a Tolstoi, o Cortázar como si hubiesen escrito para nuestro tiempo, que es un tiempo intemporal.

¿No es así como en la política o como en muchas otras cosas donde la tecnología genera cambios radicales, revolucionarios?

    En el caso de la literatura, digamos que apoya en un punto de vista adjetivo o intrumental, sencillamente.

¿Le tienes miedo a la tecnología?

    Amo el tiempo que me ha tocado vivir, me fascina la tecnología quisiera saber más, quisiera aprovechar todos los recursos que ofrece, yo que amo el tiempo que tocó vivir, nunca me he refugiado en un romanticismo de mirar por el retrovisor y decir que toda época pasada fue mejor cuando en honor a la verdad fue peor. Amo los recursos de esta época y lo que tiene para ofrecernos.

En un matemático el pico de creación está cerca los treinta años, después baja porque además hay un tema de envejecimiento cerebral. En un escritor, ¿hay algún momento de su vida, de su ciclo vital, algo que merma? ¿Hay obras tempranas, maduras, obras tardías?

    Rimbaud escribió entre los diecisiete y diecinueve años. El mundo contemporaneo se ha rendido ante su poesía. Luego, en lugar de seguir escribiendo se dedicó a traficar toda serie de objetos y olvidarse de la literatura. Habría que preguntarse qué hubiera podido escribir Rimbaud si hubiese seguido escribiendo. Tengo la impresión de que las obras tempranas son germinales, establecen la pauta de la linea narrativa que se va a seguir pero a medida que trascurre el tiempo los escritores tienen un mayor dominio de la escritura, estamos siempre más contentos con la última obra que acabamos de publicar que con la primera. Yo por lo menos la primera novela que publiqué más nunca la he visto ni quiero verla porque es una obra joven, germinal que no tiene un dialogo conmigo y me da la impresión que así como los músicos probablemente hacen sus mayores obras al final de su vida, los escritores también pasan por ese proceso. Por ejemplo el Fausto de Goethe le tomó unos sesenta años, fue ya tardío en su vida cuando lo publicó; Beethoven escribió sus grandes sinfonías al final de su vida, Mozart llega a la polifonía al final de su vida, de modo que yo creo que a medida que transcurre el tiempo escribimos mejor.

En algún momento al final de esta novela pensé en «Pierre Menard autor del Quijote». Simón Camacho hace una variación de ese cuento. No reescribe el Silencio de los indulgentes sino que escribe un anti-Silencio de los indulgentes.

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    em>Me gusta haber tocado ese punto que incide en el planteamiento de lo que al fin y al cabo es el narrador, ¿Qué es la obra escrita? ese diálogo posible o imposible que se plantea en esta novela. El Comando Mapuche se pone en la otra esquina de lo que radicalmente es y el tema del impostor, dentro de la temática borgiana, siempre me ha interesado. Tengo gran afinidad con el maestro Borges, es una de las grandes lecturas inevitables que sigo haciendo. A mi en lo personal me gusta mucho la literatura del Sur: Cortázar, Marechal; también la anglosajona, Faulkner, Hemingway; podríamos establecer una suerte de aguas comunes entre la literatura anglosajona y la del sur. Respecto a las influencias, éstas son materia de un estudioso de la literatura. Tal vez por ejemplo, Max Moro y el Comando Mapuche sean una suerte de espejo compartido a través de una suerte de frontera irascible.

Hay una como desconstrucción de la polarización política en esta novela. Uno siente cómo, personajes aparentemente antagónicos, son realmente lo mismo, sólo que confundidos por imágenes, identidades, identifaces.

    Me gusta mucho que uses la palabra identifaz que además la inventé en esta novela y fue un recurso significante, en términos de lo que dice Ferdinand de Saussure, como elemento fonético que lleva a un significado, es decir a través de la creación de una palabra que no existe, identifaz, supe que había tratado de acercarme semántica y ontológicamente al concepto que quería desarrollar.

En estos tiempos donde vemos intentos de revolución o revoluciones sin intentos, ¿tú no sientes que la novela tiene elementos de incitación al pensamiento revolucionario que incitan a cambiar tú manera de entender la realidad?, ¿No hay intentos de estremecer un poco varias realidades; las prácticas de los escritores en Venezuela, pero también las formas de relacionarse de ciertos grupos sociales con su realidad inmediata, con sus pares?

    Puede haber un intento de estremecimiento estético, pero la novela no se ha planteado ni se planteará cambiar absolutamente nada.

Es provocadora.

    Una novela que no sea provocadora no es novela, Si no causa una reacción de estremecimiento, de sembrar cizaña en terminos estéticos, no logra su cometido. Pero de ahí a tratar de terciar en algo absolutamente no. Esta novela no está escrita para ningún público, no tiene un lector ideal, no tiene un destinatario último, esta novela es para cualquiera que recorra sus páginas y se haga la conclusión que quiera.

Max Moro no quiere cambiar la realidad, pero ¿cómo es su relación con este caos?

    Los personajes son citadinos, urbanos y respiran para sobrevivir el monoxido de carbono y la polución de la ciudad en terminos culturales, viven, sufren y están en la ciudad, en el caso de Max Moro no creo que quiera cambiar absolutamente nada, y el Comando Mapuche tal vez quiera cambiar muchas cosas pero más allá de los deseos lo importante es la permanencia de las ideas.

Veo que no hay descripciones de rasgos físicos en tu novela

    Creo que eso es una característica de alguna literatura contemporánea. Mientras en el siglo XIX habían párrafos enteros de descripción de las características físicas del personaje, en mi caso la descripción del personaje me interesa menos que su universo interno.

¿Qué cosas aterrorizan o atemorizan a un novelista como tú?

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    em>La palabra aterrorizar es un tanto desmedida para un escritor a menos que este sea Stephen King o uno de sus sucedáneos. En cuanto los temores, el más visible y realmente el único es que se llegue a sufrir la sequía imaginativa, que no se nos ocurra nada o lo que se nos pase por la mente sea tan baladí que nos demos cuenta que nuestra imaginación ha empobrecido. Es el peligro de tener una imaginación venida a menos y todas las miserias son casi siempre lamentables. En una obra de Borges se aparece alguien que quiere pagar por la memoria de William Shakespeare al escribir una de sus tragedias. Por un estado de memoria específico de una tarde. Esto representa simbólicamente el mayor tributo al significado de la imaginación. Perderla es inimaginable.

¿Qué cosa de las mujeres te fascina? Digo, aparte de su belleza física? Qué crees que ellas tienen que hacen que valga la pena luchar por ellas hasta la muerte?

    Tienen la capacidad de darle la vuelta a todas las cosas, de imprimirle un twist, un giro, a las situaciones. Manejan el misterio de la seducción, que es un arma letal y de imposible escapatoria. Poseen un sentido de la lealtad que nos tiene acompañados por el resto de la vida. Son las que le dan coherencia a toda familia y por encima de todas las cosas llevan muy bien la ropa interior. Representan la protección, el orden y lo acogedor. Si hay algo admirable en Dios, para parafrasear a Henry Miller, es que se atrevió a imaginar la creación de la mujer.

Y hablando de salvar algo o alguien, ¿Entre el gato y el Van Gogh, en el incendio clásico, que salvas y por qué?

    Siempre me pregunto por todos estos juegos hipotéticos confeccionados para sorprendernos. No sé que haríamos un gato, el cuadro de Van Gogh y yo en un incendio. Supongo que si los tengo frente a mí y las brazas no amenazan mi integridad física, pues salvaría a ambos. Estoy seguro de que la astucia del gato lo haría escaparse del lugar de inmediato con lo que Vincent estaría asegurado para tomarlo. El psicólogo que inventó esta pregunta parece haberlo hecho suponiendo que estamos vestidos con un traje antillamas y que hasta nos podemos entregar a una sesuda elección mientras ocurre una catástrofe. Es evidente que entre un gato y Vincent Van Gogh median muchas diferencias según se pertenezca a la Sociedad Protectora de Animales o a la Academia de Bellas Artes. No comparto con T.S. Eliot la afección por los gatos, lo cual no me impediría el rescate. Además. si el cuadro en cuestión en el incendio imaginado son Los girasoles por los cuales un japonés pagó la cifra de 45 millones de dólares, lo dejaría consumirse por las llamas para poder escribir la historia de cómo dejé incendiar el cuadro más caro de la historia.

Notas:

1. Alberto Manguel: Es un escritor, traductor y editor argentino-canadiense nacido en Buenos Aires en 1948. Ha escrito principalmente en inglés ensayos y crítica de cines, y ha publicado una variedad de antologías. Tiene dos novelas escritas en español que aún no han sido traducidas al inglés.

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