Pensando la pandemia, 1

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Microfotografía tomada con un microscopio electrónico de barrido que muestra la salida del SARS-CoV-2 de células infectadas.

(Este texto fue publicado en este blog el 12 de marzo. Y se corrigió, actualizó y amplió el 20 de marzo.). Supongo que como a muchos, la palabra pandemia me produjo un escalofrío cuando la OMS la declaró el pasado 11 de marzo de 2020. Aunque luego de algunos días, este fenómeno (no todavía el virus) se nos haya hecho un poco más familiar, su dinámica de crecimiento exponencial (y no lineal) es algo que la mayoría de las personas, o no entienden o que, no obstante haberlo estudiado en la escuela o en la universidad, olvidaron su significado. De modo que la tragedia que produce la pandemia cuando llega a la ciudad en la que cada uno vivimos, al principio la sentimos como un evento sobrevenido, como un tsunami que nunca vimos venir, aun cuando todo el tiempo hubiésemos estado parados en la orilla de la playa mirando el horizonte. También, a otros, la pandemia se les aparece (con lo que quiero decir que súbitamente toman conciencia de ella) como un dragón que, luego de volar por los cielos de otras ciudades a las que ya ha incinerado con su aliento de fuego, finalmente ha llegado a nuestra ciudad. Y si profundizo un poco al pronunciar esta palabra, luego de ese primer escalofrío, pero antes de que me venga idea alguna, me asalta un dolor por la humanidad. Residiendo en Venezuela, es todavía dolor por un prójimo que está lejos de mí que por diversos medios clama su sufrimiento, cantando desde un balcón de Italia o de España (para no llorar) y expresa de diversos modos la rudeza implacable con que los ataca este virus para cuya malignidad, no hay sistema de salud pública que esté preparado. Y me doy cuenta de que mi dolor es a la vez dolor por esa tragedia que (tantos en Venezuela podemos anticipar) va a representar la llegada de este virus a este país sufrido y sumido en la miseria.

Y más allá del dolor, hallo otra dimensión de la palabra pandemia, asociada a su vastedad y a su carácter global. A estar, en última instancia causada por un agente prácticamente invisible (con un tamaño aproximado a los 200 nanómetros, que son unas dos diezmilésimas de milímetro) pero tan complejo que nadie entre los 7.500 millones de seres humanos que habitan este planeta sabe cómo combatirlo eficazmente y triunfar sobre él. Frente a este enemigo invisible que constituye una amenaza existencial para nuestra especie y nuestra ejercicio del libre albedrío (gracias a que estamos dotados de razón), nos asalta una sensación inédita de indefensión. Y es ésta última, la que frente a este adversario nos solidariza a los unos con los otros, y enfatiza nuestra humanidad. Es precisamente esto lo que hace que me produzcan un disgusto profundo los actos individuales de insensibilidad, de egoísmo, de egocentrismo, que son siempre actos de alejamiento del otro, de falta de solidaridad, de banalidad, de estupidez o, simplemente, actos que reflejan negación, subestimación, desestimación. Sin embargo, sin importar cual sea la causa, es común a ella una terrible incapacidad para imaginar la dimensión, profundidad, vastedad, desolación y muerte que produce la pandemia. Pero no nos podemos quedar ni en el miedo (con o sin escalofrío); ni en la compasión pura (que es un factor crítico para superar este horror), ni en la solidaridad con la humanidad. Debemos pensar en la acción. Qué hacer durante la pandemia. Cómo podemos ser, no solo víctimas que nos solidarizamos con otras víctimas, sino también parte de la solución. Cómo podemos cooperar en la acción para la solución. Se nos convierte en un imperativo pensar sobre lo que podemos hacer durante las semanas que dure esta pandemia. Y en lo que podemos hacer luego de que la superemos en ese mundo reconfigurado en varios de sus aspectos. Reconfiguración que debemos tratar de que, sin transtornar nuestro modo de estar en el mundo, éste se haga más seguro, amable y bello. Y tendremos que empezar esa tarea justo luego de haber celebrado con nuestra familia y amigos el triunfo de la humanidad contra este enemigo invisible. Nunca hay tiempo que perder. Y menos cuando todo esto haya pasado.

I

GANAR TIEMPO PARA FRENAR EL AVANCE DE LA PANDEMIA

El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (World Health Organization, WHO) declaró oficialmente como pandemia al SARS-CoV-2, variedad nueva de coronavirus que produce la enfermedad llamada COVID-19. La OMS tomó esta decisión, luego de la consideración, entre otros factores, de que ésta se había propagado a 114 países, contagiado a más de 118 mil personas y producido unas 4.300 muertes. Una pandemia es una epidemia que se hace global o que se propaga a muchos países.

El objetivo de política más importante frente a un brote generalizado como los que han ocurrido en Corea del Sur, Italia, Irán, España, Alemania, Estados Unidos, o Japón, es reducir la velocidad de propagación del virus entre los miembros de la población de cada país. Esto permite ganar tiempo. Y el tiempo se han convertido en un factor crítico para determinar el momento en el que se le va a ganar la guerra a la pandemia. Se me hace inevitable acudir a la metáfora de la guerra para pensar la pandemia. Lo que lleva implícito el reconocimiento del virus, el SARS-CoV-2, como un enemigo de la humanidad al que hay que tenemos que contener, frenar, y destruir.

Por múltiples razones queremos ganar tiempo. En primer lugar para minimizar la velocidad de propagación del virus. Si se gana tiempo más gente estará correctamente informada sobre lo que es este nuevo virus, sobre los peligros que representa el COVID-19, y sobre cuáles son las rutinas diarias que debe realizar para mantener el riesgo de contraerlo en el mínimo posible. Si se gana tiempo, conoceremos mejor al virus. Caracterizarlo morfológica, fisiológica, química, bioquímica, genética, farmacológicamente. Y poder así conocer, no solo como nos hace daño, sino también cómo podemos protegernos de él, y neutralizar sus efectos. Si ganamos tiempo, podremos también darle la oportunidad, a mayor cantidad de gente, de que esté mejor informada sobre el peligro que representa el virus. Y producir piezas de información y narrativas que le permitan a cada individuo sentir mayor control sobre los riesgos asociados a la pandemia. Saber por ejemplo que, si no violamos la regla de nunca estar a menos de dos metros de una persona infectada, será muy improbable que los virus expelidos por su boca nos contagien. Esta sensación de mayor control nos puede ayudar a reducir los efectos psicológicos del virus. Comenzando por la sensación de que es una amenaza contra la cual no podemos hacer nada sino cruzarnos de brazos y esperar que llegue y, contemplar luego cómo a nuestro alrededor todo se convierte en enfermedad,  sufrimiento y muerte. O permitir que nos paralicen el pánico o el estrés, que nos venza la depresión y seamos víctimas de sus consecuencias, o que nos enfermen las manifestaciones del desorden de estrés post traumático (Post Traumatic Stress Disorder o PTSD).

Si se gana tiempo, la tasa de nuevos infectados será menor y ello ayudará a que no colapsen los sistemas de salud de cada ciudad, estado (provincia) o nación en que se registre un brote cuyo crecimiento amenace con provocar un colapso del sistema de salud pública. Una opción (de intervención no farmacéutica) de mucho riesgo, que el Reino Unido consideró en un momento pero que, luego de analizarla mejor, la desechó es no hacer nada. Buscando con ello que una rápida propagación de los contagiados por COVID-19 permita alcanzar inmunidad colectiva (herd inmunity), lo que ocurriría cuando poco más de 60 por ciento de la población se haya contagiado y recuperado. El problema que tiene esta opción es que las simulaciones realizadas por epidemiólogos muestran que en el caso de COVID-19, crea los más elevados costos colaterales por producir un colapso muy rápido del sistema de salud. Si se descarta esta opción, quedan otras dos opciones de intervención no farmacéutica para frenar la propagación de la pandemia: La mitigación y la supresión. Los resultados de cada una de estas dos opciones fueron analizados en un trabajo realizado por un equipo de investigadores del Imperial College, London (ICL), dirigidos por Neil Ferguson. Abajo se definen y resumen los resultados de este estudio dirigido a los decisores del más alto nivel en el Reino Unido y Estados Unidos, en primer lugar, pero también sus argumentos son válidos para cualquier otra nación, considerando los rasgos específicos de cada una.

i) La mitigación. Un manual publicado por WHO define la estrategia de control y mitigación en los siguientes términos: Una vez que la amenaza que representa una enfermedad infecciosa alcanza un nivel epidémico o pandémico, el objetivo de la respuesta debe ser mitigar su impacto, reduciendo su incidencia, morbilidad y mortalidad, así como las disrupciones que ésta produce en los sistemas económico, político y social (Managing Epidemics, Key facts about major deadly diseases, Geneve: WHO, 2018). El trabajo de Ferguson y colaboradores define como mitigación aquella intervención no farmacéutica, dirigida a combatir la pandemia, que se enfoca en frenar, pero no necesariamente detener, la propagación de la epidemia, buscando reducir el exceso de presión sobre el sistema de salud, al tiempo que se protege a los grupos más vulnerables (adultos mayores y aquellos con co-morbilidades). Esta opción se adoptaría bajo el supuesto de que, cuando cierta proporción de la población ha sido infectada, se logra inmunidad comunitaria. Cuando esto sucede, se podrían abandonar las estrategias de distanciamiento social y retornar al estilo de vida anterior a la pandemia. Varias de las estrategias de distanciamiento social que se han tomado en países como Estados Unidos y el Reino Unido son coherentes con esta opción, que se distingue porque deja varias compuertas abiertas para que el virus continue su propagación. Diversas simulaciones realizadas por el equipo de Ferguson muestran el impacto de cinco estrategias de distanciamiento social que se pueden adoptar si se decide por la mitigación. Ninguna de ellas evita que colapsen los servicios de salud, lo que tiene un grave impacto en las tasas de morbilidad y mortalidad, tanto por COVID-19 como por otras enfermedades o siniestros cuyo tratamiento dependa del acceso a una unidad de cuidados intensivos.

ii) La supresión. Tendría el objetivo de revertir la propagación de la epidemia. Reduciendo el número de casos al mínimo posible y manteniendo las estrategias implantadas durante el tiempo que sea necesario. Países como China y Corea del Sur han puesto en práctica estas estrategias de distanciamiento social fuerte. Específicamente, en la supresión se busca que Ro, o tasa de reproducción del virus (definido como número promedio de personas a las que infecta una persona infectada), sea menor que 1. Idealmente, esta opción buscaría llevar a cero la transmisión del virus persona a persona. Un desafío que presenta esta opción es que la combinación de prácticas de distanciamiento social sumadas a la administración de drogas para tratar a los contagiados se deberían mantener (probablemente de acuerdo con un patrón intermitente), hasta tener una vacuna.

Sabemos que Italia no logró evitar este colapso y que, en las regiones de este país más asoladas por este virus, los médicos en los hospitales, ante la escasez de equipo (ventiladores, o camas en salas de cuidados intensivos) se vieron forzados a tomar decisiones muy duras sobre a quiénes podían admitir y tratar. Es decir, dedicar sus mejores esfuerzos a salvar a aquéllos que tenían las mayores probabilidades de supervivencia. No es fácil imaginar las marcas que dejan en el alma tomar este tipo de decisiones. Previendo este colapso, Estados Unidos, no solo se ha dedicado a activar todas las unidades de producción para fabricar: ventiladores, máscaras, guantes, uniformes aislantes para personal médico, sino que también ha contactado a médicos retirados y a estudiantes para integrarlos en los equipos de tratamientos de los contagiados. Aún si todas las políticas y planes puestos en práctica, y los que se van a implantar en los próximos días en los diferentes países,  para contener la propagación del virus, no reducen el número neto de infectados, crean la oportunidad para que todos los infectados, incluso los más graves, que requieren ser hospitalizados o ingresados a  unidades de cuidados intensivos, sean tratados con la infraestructura sanitaria disponible y las medicinas y protocolos de tratamiento más eficaces existentes. Pero además, si se gana tiempo y se reduce la tasa de crecimiento del número de infectados se les dará tiempo a los equipos de científicos alrededor del mundo que trabajan en el desarrollo, pruebas clínicas (en animales y humanos, en sus distintas fases) de tratamientos y vacunas eficaces y seguras que, luego de ser aprobadas por los organismos reguladores, puedan ser fabricadas en el orden de los miles de millones luego de ser aprobadas.

Si ganamos tiempo, los ciudadanos de todos los países del mundo, podremos formarnos una idea más clara del peligro que representa esta pandemia; no desestimarla como si fuera una excusa (creada por un Estado, o un actor poderoso, para limitar nuestros derechos o incrementar el control que ejercen sobre algún ámbito de nuestras vidas). Que imaginemos la magnitud de la tragedia que un proceso de contagio sin control del COVID-19 pudiera causar en los grupos más vulnerables de países desarrollados, y peor aún, de la población considerada en su conjunto, en países menos desarrollados. Sólo una vez que nos hayamos formado una idea cabal, exacta y no deformada por noticias falsas e infundadas teorías de conspiración, deberíamos definir cuál será nuestra responsabilidad en lo que podríamos concebir como esa temporal nueva división del trabajo para estos tiempos de pandemia, limitaciones en nuestros viajes y desplazamiento, y distanciamiento social.

II

¿QUÉ HACER?

Aún si la concertación o la coordinación no son posibles, y si lo que tocará en muchos casos será la obediencia ciega a directrices de los gobiernos, se requiere que cada uno de nosotros, durante los próximos meses, defina qué puede hacer para contribuir al logro de ese gran objetivo colectivo que es retrasar en lo posible la propagación del contagio del virus. La diversidad de actividades posibles es muy amplia. Algunas de ellas las menciono acá abajo:

i) La evaluación de la veracidad de las noticias, para distinguirlas de las piezas de desinformación (creadas por actores que buscan avivar el caos y el pánico que ha sembrado el virus en el mundo) con el fin de diseminar solo las verdaderas y desmentir las falsas;

ii) La compilación de trabajos científicos e informes técnicos sobre la constelación más completa de temas relacionados con la pandemia y su clasificación e incorporación en plataformas de búsqueda online a las que los diversos grupos de interesados puedan tener un acceso libre;

iii) La programación de aplicaciones para dispositivos móviles que permitan (con cierta invasión de la privacidad) detectar los itinerarios diarios de quienes han dado positivo para la prueba del Covid-19, con el fin de minimizar los contagios;

iv) La creación de centros de asistencia psicológica y emocional telefónica u online para personas a las que la pandemia o las políticas para su contención han activado o avivado sus temores, su depresión, sus tendencia suicidas, etc;

v) El desarrollo de kits para la detección rápida, eficaz y económica de los contagiados por el virus;

vi) La adecuación de líneas de producción existentes, en un marco de economía de guerra, para que se dediquen a la manufactura de insumos dirigidos a proteger a la ciudadanía (desinfectantes para manos y superficies) o al personal de primera línea (médicos, enfermeras y técnicos) que trabajan en hospitales y clínicas tratando a los enfermos. Ejemplos de esto son iniciativas como las de destilerías norteamericanas y europeas que en lugar de producir ginebra, bourbon o vodka, están fabricando desinfectantes alcoholados para manos;

vii) La adecuación de líneas de producción industrial privadas o gubernamentales para fabricar equipo médico indispensable y fármacos necesarios para el tratamiento de los contagiados, tal es el caso de plantas industriales del Ejército de Estados Unidos o las ensambladoras (privadas) de vehículos en el Reino Unido que se van a dedicar a  la manufactura de los ventiladores mecánicos para garantizar que se pueda cubrir el esperado incremento en la demanda;

ix) Diseño e implantación de los protocolos para tratar la más amplia gama de casos clínicos de COVID-19. Protocolos que hacen uso, tanto de medicamentos de última generación (como el remdesivir) o de drogas antiguas a las que la medicina ha encontrado un nuevo propósito (como la cloroquina). Todos estos son ejemplos aislados de tareas que cada uno puede encontrar, y desempeñar con eficacia y eficiencia, durante estos tiempos de crisis global. La sociedad debería hallar modos de retribuir directa o indirectamente a todos y cada uno.

III

PENSAMIENTO DISRUPTIVO Y ALTRUÍSMO

Cualquier solución a la pandemia actual es también, y debe ser, un acto de imaginación, innovación e invención. No sólo en cuanto a la larga serie de actividades que cada uno debe pensar en hacer. Sino sobretodo, a las soluciones concretas a la pandemia, los fármacos y vacuna que puedan contener o neutralizar la amenaza que representa este virus para la humanidad. El mundo espera que esto ocurra en un tiempo inverosímil e improbable. Los epidemiólogos, infectólogos, especialistas en desarrollo de vacunas, saben que hay costos serios de acelerar estos tiempos. Que es muy difícil y riesgoso acortar los plazos de las distintas clases de pruebas que los agencias reguladoras necesitan para aprobar la fabricación masiva y administración en dosis muy específicas de un tratamiento o una vacuna. Sin embargo, es posible que en algún momento, algunos plazos se aceleren. Lo que nos podría hacer pensar en esta pandemia como una suerte de experimento global impuesto por el destino para comprobar si, actuando conjuntamente como especie, enfrentados a una presión que amenaza nuestro modo de vida y nuestra existencia, seremos capaces de prevalecer. Para superar exitosamente este desafío que nos ha planteado el destino, deberemos pensar, a la vez, disruptivamente y altruístamente.

La idea de disrupción que es familiar en el campo de los negocios y la gerencia, en donde se habla innovación disruptiva, estaría asociada o derivada de las ideas que planteó el filosofo de la ciencia Thomas Kuhn en su ya célebre obra La Estructura de la Revoluciones Científicas. Se podría decir que una idea disruptiva rompe el paradigma existente. Este concepto de paradigma,  Kuhn lo definió como el conjunto de creencias compartidas por una comunidad científica. Luego, al ser extendido a múltiples campos y disciplinas, pudiera significar simplemente las creencias traducidas en principios generalmente aceptados de hacer las cosas. En este caso, uno podría pensar que sólo el pensamiento disruptivo le permitirá a la humanidad llegar a soluciones que en este momento no podríamos creer somos capaces de desarrollar en tiempos inverosímiles. Con este fin, deberemos verificar si, haciendo el mejor uso del repertorio de tecnologías de punta con que cuenta la humanidad; la experiencia que hemos acumulado, el conocimiento científico que hemos desarrollado (y que está almacenado y puede ser recuperado en fracciones de segundo con ayuda de sistemas automatizados capaces de examinar trillones de terabytes de memoria y entregarnos lo que buscamos); los equipos de investigación y desarrollo que trabajan en los laboratorios de empresas privadas, o de universidades e institutos de investigación, dirigidos por los científicos más brillantes; son capaces de poner por delante la compasión y el bien colectivo de la humanidad, olvidarse del prestigio científico y las oportunidades de renta que pudieran derivar de sus esfuerzos, y compartir en tiempo real sus resultados. Sin dejar de pensar disruptivamente, hacer las cosas que tienen que hacer, en plazos ridículamente cortos y con una eficacia improbablemente alta y una seguridad absoluta para los pacientes.

La idea de los puentes

Ante este desafío cruel que es la pandemia, como humanidad tenemos que ser capaces de desarrollar un tratamiento que reduzca al mínimo la mortalidad de los grupos más vulnerables, y que funcione como un primer puente hasta el momento en que aparezca la primera vacuna que, aún si no es perfecta, sirva como un segundo puente hasta el momento que aparezca la vacuna ideal, aquella que satisface todos los criterios de eficacia y seguridad para aquellos a los que se administra. Todo esto se debe hacer tratando de que el virus que contagia y mata cada día más personas deje de hacerlo lo más pronto posible. Esta idea de dos puentes obviamente simplifica el problema. Un protocolo clínico deberá diseñarse teniendo en cuenta una serie de características de cada paciente. Su edad, sexo, peso, morbilidades, hipersensibilidades, etc. Un tratamiento para los contagiados con  COVID-19, muy seguramente, especificará dosis y tiempos (desde infección) de administración de una batería de drogas, algunas antiguas y otras nuevas, aprobadas como tratamiento de otras enfermedades; así como de nuevas drogas, cuyas últimas pruebas se finalizaron recientemente, dirigidas a tratar específicamente a los que han dado positivo para COVID-19. De modo que un puede prever que haya una curva de aprendizaje, asociada a la capacidad de los profesionales tratantes para afinar los tiempos y dosis de cada medicamento que forma parte de un protocolo. La idea es que la colaboración entre hospitales de un mismo país o de diferentes países permita que muy rápidamente el protocolo que muestra la mayor eficacia sea adoptado con la mayor celeridad. Y que se hayan creado los mecanismos que permitan que los fármacos sean distribuidos oportunamente a todos y cada uno de los centros hospitalarios. Este protocolo decantado, ése constituiría lo que llamo un primer puente.

Redundancia

Como el desafío que plantea la presente pandemia es muy grave, y tendría un peso terrible si descansara sobre las espaldas de un único equipo de investigación que fuese designado para desempeñar esta misión, como si se tratara de una carrera de fórmula 1 (con carros cuyos motores han sido intervenidos con innovaciones inconcebibles) decenas de equipos han aceptado tácitamente el desafío que se ha planteado, y han iniciado los trabajos para producir tratamientos o vacunas eficaces y seguros contra el virus que produce el Covid-19. Es cosa de ser pacientes y esperar los resultados.

La imaginación científica

Pongo una fe especial en la ciencia en este momento y creo que lo debería hacer la Humanidad. Una razón para que los científicos (incluidos los chinos), quienes desde los primeros días de descubierto este nuevo coronavirus, cooperaron en tiempo real, es que ellos, más que otras profesiones, están acostumbrados al pensamiento abstracto y a la imaginación del futuro. Además de tener un talento especial para la abstracción fueron capaces de imaginar la tragedia que podía representar para la humanidad permitir que se propagara y creciera sin regulación y sin límite humano un proceso dinamizado por una lógica exponencial. Los científicos (libres de los compromisos que sesgan la imaginación de tantos políticos) pudieron imaginar con facilidad el horror que se le venía a la humanidad. Y hubo políticos y funcionarios (nacionales e internacionales) quienes, aunque al principio hayan mostrado reticencias, les creyeron y actuaron con inteligencia y contundencia. Y se apuraron en el diseño e implantación de planes, protocolos, rutinas de salud pública y profilaxis en todos los niveles. Todo para ganar tiempo y permitirle a los científicos que, coordinados con equipos de pares en el resto del mundo, iniciaran el trabajo de invención y desarrollo de tratamientos y vacunas específicos para combatir lo que desde muy temprano vieron que se iba a convertir en una pandemia. Conocían desde el principio la importancia de ganar tiempo para impedir que la pandemia se expandiese hasta el límite de lo naturalmente posible. Habrá que reconocer la visión y coraje de los científicos que están actuando para triunfar frente a este desafío. Y la de todos aquellos que han seguido sus consejos. Pero sabemos que serán los logros de los científicos, lo que dará sentido final al heroísmo de los soldados que han estado al frente, en la primera línea de fuego, desde el principio. Me refiero por supuesto a los médicos y enfermeras que han trabajado sin descanso en los hospitales (primero en China y luego en los otros países en los que han ocurrido brotes), para tratar a los enfermos graves y muy graves. Y a los que han trabajado en la segunda línea con no menor vocación: Los funcionarios de policía, los bomberos, los funcionarios de aduanas, las policías en las fronteras, y las fuerzas de orden público. Y por último, sin ser menos importantes, los funcionarios de las instituciones de salud pública regionales e internacionales. Todos, a sabiendas o no, de que detrás de ellos, ese grupo de personas habituadas a imaginar el futuro y comprender la complejidad del mundo contemporáneo, estará trabajando sin descanso, para lograr el éxito. Aclaro que cuando hablo de científicos, no me refiero solamente a quienes trabajan en laboratorios de investigación y desarrollo de empresas de muy alta tecnología, en sectores como farmacia o biotecnología, buscando desarrollar y probar drogas experimentales que podrían ser eficaces en tratar la infección por Covid-19. Pienso también en otras clases de científicos. Pienso en las diversas profesiones cuyos practicantes están acostumbrados a otorgarle a los hechos la importancia principal que tienen y no olvidan que el método científico, y el pensamiento racional sistemático que aplican para verificar los hechos (que puede concebirse como una versión no científica del método científico) constituyen uno de los criterios más confiables para demarcar lo que es verdadero de lo que no lo es. Tengo la esperanza de que cuando superemos la presente pandemia, hayamos aprendido la lección de que los hechos son importantes. Y que las palabras que se alejan de los hechos, pueden ser buena o mala ficción, pero no son información. Si se reivindica la importancia de los hechos (sin importar que impliquen a menudo variables difusas, interrelacionadas unas con otras, difíciles de medir, lábiles y elusivas) en el mundo actual, se habrá dado un paso importante para comprender la complejidad del presente, y modelar y proyectar el futuro. Y quizá otros problemas complejos que cualquier día se nos harán tanto o más amenazadores que esta pandemia, los podamos predecir con suficiente antelación, y actuar en consecuencia para que ese escenario no nos alcance.

IV

ALGUNOS RASGOS DEL SARS-COV-2 Y DE LA ENFERMEDAD QUE PRODUCE

El SARS-CoV-2 fue detectado por primera vez a finales de diciembre de 2019 en un mercado de la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei, en China. Aunque todavía se sabe poco sobre el virus, estudios realizados por epidemiólogos y médicos tratantes en China y en otros países en los que se han producido brotes, han permitido iniciar la caracterización del virus. Acá un resumen:

i) Tasa de letalidad

WHO ha estado que es de aproximadamente 3.4. por ciento. Esto significa que sería más de 30 veces más letal que la influenza común que tiene una tasa de letalidad de 0.1 por ciento. Si como se argumenta abajo, la proporción de pacientes asintomáticos alcanza el 50 por ciento (según se infiere de estudio en Islandia), la tasa de letalidad sería menor. Algunos sostienen que hasta 1.0%

ii) Cepas

Parece haber dos cepas distintas, llamadas “S” y “L”, aun cuando no hay evidencia de que una sea significativamente más letal que la otra;

iii) Incubación

Tiene un período de incubación que puede variar entre 1 y 14 días hasta que se presenten los síntomas, y un promedio de 5.1 días, de acuerdo con una investigación realizada por la Universidad Johns Hopkins;

iv) Proporción de pacientes asintomáticos

Al comienzo se creía que había una mínima proporción de pacientes asintomáticos, lo que habría sido un alivio porque de haberlos se hubiera hecho más difícil que alguien que tenga el virus, sin saberlo, contagie a los que están a su alrededor. Nueva evidencia que ha empezado a conocerse durante la segunda quincena de marzo de 2020, ha hecho pensar lo contrario. La primera evidencia proviene de investigaciones realizadas con la información que se colectó de los pasajeros del crucero Diamond Princess. Timothy Russell, un epidemiólogo matemático de la London School of Hygiene and Tropical Medicine, sostiene que el método con el cual WHO ha calculado la letalidad del virus no toma en cuenta el hecho de que sólo a una fracción de las personas infectadas se les hace la prueba de detección del virus, lo que sesga la distribución de severidad de los síntomas en los pacientes y hace que la tasa de letalidad parezca ser mayor de lo que es. Russell y sus colegas trabajaron con la información que se obtuvo de los 3711 pasajeros y tripulación a bordo del Diamond Princess, sometido a cuarentena en aguas japoneses desde el 3 de febrero de 2020. Durante los 30 días siguientes, más de 700 personas se infectaron con el virus y funcionarios japoneses realizaron pruebas de detección a más de 3000 pasajeros. El estudio de los datos mostró que al 20 de febrero, 18 por ciento de los infectados no tuvo síntomas. Como el promedio de edad de los pasajeros estaba por encima de los 60 años (edad superior a la de la población en general), es muy probable que la proporción de infectados asintomáticos sea mayor. Una de las implicaciones de que haya una proporción más elevada de pacientes asintomáticos es que la tasa de fatalidad es muy posible que sea menor que la que ha estimado WHO. La segunda fuente es un estudio de los infectados por COVID-19 en Islandia, país con una población total de 364 mil habitantes. Islandia ha hecho más de 10.000 pruebas. Pero a diferencia del método practicado por otros países, en los que el criterio de realización de la prueba es la sospecha de contagio, en Islandia el criterio es aleatorio. El análisis de resultados parciales muestra que cerca de 50 por ciento de la población es asintomática. Una consecuencia es que el COVID-19 debe tener una tasa de letalidad menor a la estimada. Otra consecuencia es que el número de infectados en cada país debe ser mayor de lo que se cree.

v) Tamaño

Se estima que el virus tiene un tamaño aproximado de 120 nanómetros, que es el mismo tamaño del SARS; esto significa que como los filtros de los aires acondicionados en los barcos no los retienen, si un pasajero está contagiado, el virus podría circular entre todos los camarotes.

vi) Contagio

La enfermedad se contagia por las gotitas de saliva o de moco que expelen los enfermos a través de tos, estornudos o simplemente cuando hablan, no se ha hallado evidencia de que ocurran contagios aerotransportados. Sin embargo, se cree que las gotitas más diminutas expelidas por un enfermo de COVID-19 pueden permanecer suspendidas en el aire hasta tres horas. Se han hallado virus en las heces lo que hace pensar que podría contagiarse a través de éstas. No se ah detectado contagio por medio de gotitas micrométricas (aerosoles), que harían posible un contagio a mayor distancia.

vii) Estacionalidad

Se ignora si, a semejanza de otras variedades de coronavirus, éste mostrará una conducta estacional, que lo haría ser menos contagioso a partir del momento en que suban las temperaturas ambientales (desde mediados de la primavera en el Hemisferio Norte).

viii) Factores de riesgo

El COVID-19 parece ser más severo y letal en personas mayores de 60 años o en aquellos con afecciones crónicas como: diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares o cáncer, pero se han visto excepciones a esta regla. Sin embargo parece ser muy temprano para hacer inferencias concluyentes sobre su perfil de virulencia.

ix) Ro o número de reproducción del virus

Uno de los factores que los epidemiólogos utilizan para modelar una epidemia es Ro. Conocido como número de reproducción básica, define el número promedio de casos secundarios generados por un caso primario si toda la población es susceptible a la infección. Para que una epidemia se propague, Ro debe ser mayor que la unidad. Conociendo Ro se puede calcular la fracción de la población que se infectaría si no hay mitigación. Para el caso de China, donde el Ro calculado era de 2.5, esta fracción habría sido de 60%. Por lo general, este número indica la magnitud de infectados en el peor caso (worst case scenario). La mitigación tuvo un impacto radical en disminuir este porcentaje (ver más acá).

V

LA PANDEMIA COMO UNA GUERRA CONTRA UN ENEMIGO EXTERNO

Imaginar la pandemia como una guerra que libra la humanidad entera contra un enemigo externo, es equivalente a imaginar una guerra de los humanos contra una raza alienígena. Un modelo clásico de esta figura es la obra de ciencia ficción de H.G Wells, la célebre War of the Worlds, que luego, el 30 de octubre de 1938, el futuro director Orson Welles escribió una versión que luego leyó por radio y, para subirle el nivel de drama, lo salpicó con dramatizaciones de noticias que la gente creyó eran verdaderas. En la novela de Wells (que no debemos confundir con la radio-emisión de Welles), son precisamente los microbios los que salvan a la humanidad de la amenaza alienígena. Quizás esa lección (de la ficción) la deberíamos tener presente ahora. Y concebir los humanos un modo de vencer en esta guerra sin eliminar a los virus. No queremos un mundo aséptico sino uno en el que seamos capaces de controlar, rápido y con mínimos costos, cualquier brote inesperado de una variedad de gérmenes contra la cual nuestro sistema inmune no haya aprendido a defenderse inteligentemente. Este último calificativo lo agrego porque parece ser que, una parte importante de las complicaciones observadas en los enfermos de COVID-19 están asociadas a  lo que los virólogos e infectólogos han denominado tormenta de citoquinas o TC (cytokine storm). Los doctores Randy Cron y W. Winn Chatham, especialistas en este tema, recomiendan que si los médicos tratantes sospechan que un enfermo de COVID-19 puede presentar un cuadro clínico que se presuma producido por ua tormenta de citoquinas, se debería realizar la prueba de la ferritina sérica en sangre. Si estos niveles estuviesen por encima de lo normal, Cron y Winn recomiendan la urgente decisión sobre un tratamiento para prevenir los efectos letales de la TC. Lo ideal, dicen los doctores, sería elegir un modulador del sistema inmune que no tenga los dramáticos efectos inmunosupresores de los corticoesteroides.

 

 

 

 

 

 

 

 

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